La producción industrial y el abastecimiento de indumentaria a escala mundial está cambiando. Los daños y desventajas que trajo la deslocalización de las cadenas de producción, y la industria de la moda fast fashion, quedaron en evidencia con la pandemia y son cada vez más cuestionadas por los consumidores.
El modelo de negocios predominante, en al menos los últimos 25 años, sustentó su competitividad en la búsqueda incesante de bajos costos de producción: energéticos, de insumos, fiscales, arancelarios, y fundamentalmente, laborales. Desde los años ‘90, retails y marcas internacionales han deslocalizado su producción trasladándola principalmente a Asia, para fabricar grandes volúmenes de prendas a costos bajos.
Detrás del éxito económico de estas lógicas productivas se ocultan hechos lamentables, como los trágicos incendios en fábricas de ropa en Bangladesh que han resultado en miles de muertes, consecuencia de la precarización y explotación laboral y ausencia de protocolos de seguridad e higiene en estos establecimientos. También podríamos señalar la falta de control en el uso de sustancias nocivas para la salud del consumidor o el medioambiente, como la generación de volúmenes fenomenales de ropa que se desechan y acumulan en basureros textiles, como el ubicado en medio del desierto de Atacama.
Los daños y desventajas que trajo la deslocalización de las cadenas de producción, y la industria de la moda fast fashion, quedaron en evidencia con la pandemia y son cada vez más cuestionadas por los consumidores
La mayor conciencia social sobre el perjuicio que genera la mala praxis productiva a nivel mundial, abre nuevas oportunidades de negocios fruto de las transformaciones tecno-productivas propias de la Industria 4.0. La alternativa de reconversión productiva de la mano de las nuevas tecnologías se refuerza frente al incremento de los salarios de muchos países asiáticos, que esta generando que sea menos atractivo producir allí, como el que está sucediendo en China, Filipinas e India.
Camino hacia el reshoring
Estos cambios técnicos y culturales están dando lugar a una nueva tendencia en los países desarrollados, conocida como “Reshoring”, que ha tomado un mayor dinamismo como consecuencia de la crisis en la cadena de suministro internacional que impuso la pandemia.
Se trata del regreso de la producción en cercanía a los centros de consumo. A diferencia del modelo anterior, este no tiene como único sustento la búsqueda de menores costos productivos, sino que prioriza la velocidad de respuesta, la calidad y diferenciación del producto, así como la racionalización de la producción en términos de stocks y logística.
A su vez, se maximiza la eficiencia cuando se alcanza un mayor grado de integración de la cadena productiva, redundando en menores costos logísticos y de abastecimiento de insumos. En este marco, se valoriza el mayor entendimiento punta a punta de todo el proceso, conectando la investigación y el desarrollo con la actividad industrial y el consumidor final. Se reduce la dependencia en el abastecimiento de suministros de cadenas externas, se hace más seguro el aprovisionamiento local y se es menos vulnerable frente a shocks externos.
Cada vez son más las marcas internacionales que se suben a la ola de las nuevas tendencias. Según un estudio realizado por McKinsey and Company, el 71% de las marcas de indumentaria de EEUU y Europa están planeando aumentar el peso de su abastecimiento en países de cercanía para el 2025. Como casos específicos, Nike y Adidas tienen planificado incrementar su producción en Alemania o Estados Unidos y Under Armour ya tiene su planta de producción en Baltimore.
Este modelo no tiene como único sustento la búsqueda de menores costos productivos, sino que prioriza la velocidad de respuesta, la calidad y diferenciación del producto, así como la racionalización de la producción en términos de stocks y logística
Además, muchos gobiernos han convertido al Reshoring como un objetivo de política en sí mismo y una oportunidad para desarrollar regiones y generar puestos de trabajo de calidad en un contexto donde la generación de valor y la desocupación es una preocupación recurrente. Para ello se despliega una batería de medidas arancelarias, financieras e impositivas, que incentivan la reinstalación de las fábricas en los países o regiones donde se consume el producido.
Buenas noticias para la industria textil e indumentaria argentina
Las ventajas que ofrecen estos cambios de paradigma industrial y de comercialización a nivel mundial vista desde la agroindustria textil e indumentaria argentina son numerosas.
Contamos con capacidades suficientes para fortalecer esta cadena de valor alineando el modelo de desarrollo local a las nuevas exigencias del mercado. Tenemos una fuerte tradición manufacturera textil desde el comienzo mismo de la industrialización en Argentina, una cadena de valor integrada desde la producción de materias primas hasta la prenda final, generamos empleo de calidad a lo largo y ancho del país, tenemos gran variedad de recursos naturales para el autoabastecimiento de insumos, plantas industriales de última generación, así como también nos destacamos por nuestros diseños en la moda. Sabemos brindar soluciones en los momentos más adversos como lo demostró la producción de kits sanitarios durante la pandemia.
Según un estudio realizado por McKinsey and Company, el 71% de las marcas de indumentaria de EEUU y Europa están planeando aumentar el peso de su abastecimiento en países de cercanía para el 2025
Este paradigma nos abre la oportunidad de revalorizar nuestras aptitudes, para insertar nuestra producción en una cadena global de valor que comenzó a priorizar el cuidado de la salud humana y del medio ambiente. El cambio de las formas de competencia nos ubica en un escenario virtuoso sí logramos fortalecer nuestra capacidad productiva, y aportar más agregación de valor y trabajo argentino.
Argentina podría convertirse en centro de abastecimiento regional en América Latina ya sea a través de la expansión de nuestras empresas y/o mediante la instalación de nuevas fábricas y marcas nacionales e internacionales. Asimismo, la competencia se tornaría más justa y transparente dado que se dejaría de competir contra países sin derechos laborales, paupérrimas condiciones y trabajo infantil.
Necesitamos de una política de Estado que priorice el desarrollo, marque el rumbo y nos acompañe a lo largo de los años, generando previsibilidad y un entorno favorable para la generación de valor agregado industrial. Debemos ser audaces e inteligentes en el diseño de esta estrategia, lograr una mejor articulación público-privada y la instrumentación de herramientas coordinadas que lleguen a todas las empresas del país.