Fuente: La Nación ~ ¿Cuáles efectos viene teniendo la crisis de la Covid-19 sobre la cultura del vestir? Para saberlo, conviene evitar de consultar la prensa especializada. En efecto, revistas y sitios de moda suelen sustituir sus deseos a la realidad, que puntualmente las desmiente. Ha sido el caso con los anuncios insistentes del declive y fin de los estilos casuales, el repertorio de prendas distendidas de puertas adentro, recurso lógico, en un contexto cotidiano de aislamientos, restricciones y distanciamientos.
Contrariando las predicciones esperanzadas de las potencias editoriales, las largas semanas pasadas en calzas, joggings, bermudas y t-shirts disiparon las inhibiciones –a mi juicio ya escasas– que la gente pudiera aún tener respecto al uso irrestricto de la ropa interior y del catálogo deportivo. Confort, simplificación, máximos resultados con mínimos medios: los elementos de base de la indumentaria atlética se han impuesto como necesidades de nuestro guardarropa. Tras ya un año de pandemia no ha habido vestuario de estación que no haya sido revisado y editado desde esa perspectiva: proteger y acompañar pero también aligerar el cuerpo de señales gráficas inútiles y facilitar y estilizar el movimiento, que son las funciones que cumplen las prendas de nuestras prácticas de gimnasia o de yoga, y los modelos que nos inventamos para vivir bajo nuestros techos, nuestros looks de entrecasa. Como pudimos constatar en los encuentros via Zoom, la estética personal mantenida entre cuatro paredes tiende a dejar que desear. Si bien han desfilado por nuestras pantallas pintas deliciosas, delicadas, divertidas o seductoramente décontracté nos tocó ver desaliños dignos de un grito de Munch.
No es cuestión de idealizar el état des choses actual: en nuestro país, las prendas de función cotidiana de producción masiva sin chichís y a la vez mínimamente onderas no se caracterizan por su calidad ni de diseño ni de materias. Hay que poder y saber buscar y ver las perlas raras accesibles a una mayoría de presupuestos o poder pagar las que valen la pena. Recurrir a las ferias de reciclado, los puestos vintage, las pequeñas marcas artesanales son tradicionales formas de salvación. Agradezcamos que el medio pelo argentino, semi educado y consumista, frunza la nariz ante lo que llama “ropa usada”. Sin demagogia y sin esnobismo, las opciones que se ofrecen al gran público quitan gracia y lustre al paisaje compartido.
Cifras rotundas respaldan el ascenso a un plano hegemónico de la estética del confort al favor del confinamiento. En Net-A-Porter, sitio de comercio electrónico, las ventas del rubro aumentaron de 1,303 % en el año. Pero el evento de moda que sintetiza un espíritu de la época lo creó Anya Taylor-Joy. La actriz del momento recibió el premio a la mejor intérprete del Sindicato de Actores de Cine de los Estados Unidos, transformada en una potente señal de glamour, en una bata de noche, envolvente y fluida, de Vera Wang. De satén de seda de color piel con bordados de encaje negro en el escote y a lo largo del tajo que descubría las piernas, es un ejemplo perfecto de cómo pensar el vestirse en tiempos de pandemia: que haga del acto de vestirse un reencuentro con el cuerpo, un placer, una conjunción de sofisticación y soltura, un pequeño acto de creación personal, una mínima contribución al embellecimiento del mundo.