Fuente: Perfil ~ Mientras insistimos con los controles de precios y el aumento de la presión impositiva, la verdadera clave del desarrollo está en políticas como la Mochila Argentina.
Una pregunta clásica en entrevistas laborales, a la hora de evaluar el potencial de una candidata o un candidato, es: “¿Dónde te ves en cinco años?”. Lo que se busca con este interrogante, claro, es advertir la capacidad de proyección de la persona e, idealmente, poder indagar en lo que está haciendo para ver realizado su objetivo —si es que tiene alguno.
A decir verdad, tengo la sensación de que la Argentina no sabría qué responder a esa pregunta. Y eso se debe, lamentablemente, a que nuestra economía parece estar diseñada no para crecer, sino para aguantar. Pero ¿aguantar hasta cuándo? Eso es, en definitiva, lo que no queda claro y varía según el momento: hasta la próxima elección, el próximo vencimiento de deuda, el próximo aumento del precio de los commodities.
Esto mismo se observa en el manejo de los principales indicadores económicos. Con el 6.7% de marzo, la inflación está en boca de todos y no se entiende por qué insistimos en revivir los controles de precios, una medida tan cansina como probadamente infructuosa. Queda suponer que la intención es simplemente dar un golpe de efecto mediático, en una muestra más de esta economía hecha para aguantar. Mientras tanto, todo indica que, en realidad, seguimos ignorando las causas estructurales de este fenómeno. Sobre todo, en vistas de que, según algunos analistas, la emisión monetaria de 2021 fue la más alta de los últimos veinte años.
Obviamente, en cierta medida, debemos comprender la razón de ello: la situación extrema de los sectores más vulnerables de la sociedad hoy requiere de la contención del Estado, que, en un contexto deficitario, financia sus políticas de asistencia social imprimiendo moneda. Pero, dicho eso, el diagnóstico se mantiene: no podemos negar que los actuales niveles de emisión y de inflación están íntimamente relacionados.
Para superar este desafío debemos encontrar la manera de reducir la demanda de gasto público sin recurrir a medidas de shock. En definitiva, el Estado hasta ahora se ha visto forzado a brindar ingresos a tantos hogares —entre empleo público y políticas de asistencia— porque el actual marco laboral, en los hechos, desincentiva la contratación de personal en el ámbito privado. En ese sentido, la solución que vengo pregonando hace tiempo es la Mochila Argentina, una mejora del sistema de pasivo laboral que traerá el aumento del empleo privado y la reducción de la informalidad en un contexto de expansión de los derechos de los trabajadores.
Es que, hoy en día, el pasivo laboral —la deuda potencial que los empleados representan para sus empleadores en términos de eventuales costos resarcitorios— funciona como una nube negra sobre las compañías: con cada año que pasa, aquél crece y éstas valen menos. Incluso, las empresas con personal de suficiente trayectoria, paradójicamente, pueden llegar a no valer nada, por más redituables que sean en sus actividades diarias (lo cual, a su vez, lleva a los empresarios a distribuir dividendos en exceso, empobreciéndolas aún más). En consecuencia, el acceso de las compañías al crédito, imprescindible para invertir y crecer, queda enormemente restringido. Con tal de evitar este aprieto, algunas recurren a importar maquinaria sumamente costosa, pensada para países con un costo laboral mucho más elevado que el nuestro. Por eso, insisto: en nuestro país el problema no son los salarios, sino el pasivo laboral.
Pero, cabe notar, las consecuencias de este marco no se sufren solamente a nivel micro: repercute igualmente sobre el macro. Por un lado, la importación de maquinaria recién mencionada, que bien podría ser reemplazada con trabajo local, significa un innecesario éxodo de dólares. Por otro, dado que el sistema actual, en efecto, disuade la contratación de personal, se termina cercenando la capacidad de producción de las empresas que operan en nuestro territorio.
Luego, la oferta reducida eleva los precios, cosa que, en efecto, no sólo aviva la inercia inflacionaria, sino que también afecta nuestra competitividad en el mercado internacional. Esta conjunción de factores, en un país ávido de divisas, no parece tener sentido alguno.
La Mochila Argentina desarma esta lógica por la cual un empleado equivale a deuda y, en cambio, da lugar a un ciclo mucho más virtuoso: las empresas pagarán, mensualmente, un Seguro de Garantía de Indemnización (SGI) sobre su masa salarial y los fondos serán administrados por una entidad de control a designar, que, de haber despidos, pagará las indemnizaciones a partir de lo recaudado. Asimismo, el sistema premiará las relaciones duraderas de trabajo, por lo cual las empresas con empleados de larga antigüedad tenderán a pagar un SGI más cercano al piso de 2% que al tope de 8.33%. Resuelta la principal traba a la contratación de personal, la demanda de trabajo en el sector privado crecerá y eventualmente, incluso, contratará personal que hoy se desempeña en el Estado, atraído por los salarios más altos. Lo mismo ocurrirá con las personas que actualmente dependen de programas sociales.
Todo esto reducirá el gasto público que, a su vez, disminuirá su presión sobre la emisión monetaria y contribuirá a estabilizar la inflación. Es lo que estamos necesitando imperiosamente: reducir el costo del Estado y tener mayor previsibilidad financiera sin aplicar medidas de ajuste.
En ese marco, montadas sobre su incrementada capacidad para contratar personal, las empresas aumentarán sus niveles de producción y generarán mayor riqueza, que es otra de las grandes cuentas pendientes de nuestra economía. Es que, con excepción de 2018 y 2019 —dos años seguidos de recesión—, hace una década que nuestro PBI alterna un año de contracción con otro de recuperación. Y, en un mundo competitivo, tener prácticamente el mismo nivel de actividad que diez años atrás significa, en los hechos, quedar relegado. Esto, sumado al crecimiento demográfico desde 2012 hasta hoy, explica los preocupantes niveles de pobreza que registramos en la actualidad.
Este cuadro inquietante nos está empujando a cambiar nuestros paradigmas: es hora de que escuchemos el llamado. Nuestra economía hecha para aguantar ha priorizado la distribución de la riqueza en desmedro de su capacidad de generarla y los resultados, lamentablemente, están a la vista. La Mochila Argentina quitará las trabas que pesan sobre nuestra capacidad de producción, liberando así el verdadero potencial de 45 millones de argentinos y argentinas, para que el próximo lustro nos encuentre no controlando precios, sino trabajando para nuestro desarrollo en una economía revitalizada. La decisión es nuestra.
(*) Empresario. Dueño de la empresa textil TN&Platex.