Fuente: La Nación ~ En su nuevo libro “Bien Vestidos”, la historiadora María Isabel Baldasarre arroja luz sobre el atuendo de los habitantes de Buenos Aires a finales del siglo XIX y principio del XX.
Hubo un tiempo fundacional para la elegancia moderna en la Argentina: finales del siglo XIX. Y un lugar: la Ciudad de Buenos Aires.
La historiadora del arte María Isabel Baldasarre puso bajo la lupa el período entre 1870 y 1914, cuando la urbe porteña pronunció su eco de las corrientes europeas y fue una usina de tendencias, tanto para el resto del país como para el continente.
Baldasarre es actualmente Directora Nacional de Museos y fue designada este mes como Interventora del Museo Nacional de Arte Decorativo. Tras un exhaustivo análisis de archivos y de producción teórica sobre el tema, volcó su investigación en el libro “Bien vestidos. Una historia visual de la moda en Buenos Aires”, que forma parte de la colección Estudios de Moda de la Editorial Ampersand, dirigida por el reconocido Marcelo Marino.
El buen vestir
A finales del siglo XIX, mientras el mundo avanzaba hacia la Modernidad y las ciudades pujaban por llegar a ese futuro palpable, la vestimenta se propuso como una puerta de acceso ostensible. Mucho más que acatar la moda e invertir en ropa actual, la connotación del buen vestir con ciertos valores: otorgaba status social y daba señales de civilidad e higiene. Las personas bien vestidas, en la Belle Époque eran confiables y respetadas.
En la ciudad, la explosión del afán por la moda fue un modo en los porteños expresaron su aspiracional a formar parte del movimiento de la época. “Me propongo pensar entonces cómo funcionó este estricto artefacto de reproducción de comportamientos y civilidad que era la moda en una ciudad lejana de los centros, pero que anhelaba ser parte integrante de esa modernidad global”, plantea la autora.
La prehistoria delshopping
Hay dos sucesos clave que configuraron las formas de creación y consumo de moda en Buenos Aires: la reciente aparición de las máquinas de coser -fueron patentadas en 1854- y el modelo de las tiendas departamentales -los negocios al estilo Harrods y Gath & Chaves-.
Gracias al primer hecho, la actividad de costura y confección adopta un perfil doméstico, casero. La aparición de estos mega locales, que eran inversiones extranjeras, concibe un nuevo concepto de espacio: las tiendas no eran solamente un lugar de compras sino de tránsito para mirar y ser mirados.
Las calles del centro, Florida en particular, se convirtieron en pasarelas. El espectáculo de la moda había comenzado. Un placer escópico que, sin tecnología mediante, se puede leer hoy como un antecedente del juego actual en las redes sociales.
“Los comercios incentivaban a mirar sin comprar, lo que en el mundo anglo parlante se conocía como just looking -menciona Baldesarre-, con la certeza de que los ojos que se dejaban llevar por los brillos de una seda, la textura de una cabritilla, los hilos de un encaje o la suavidad de una pluma provocarían el deseo de poseer y portar esas prendas”.
La llegada de las grandes tiendas departamentales cambió el perfil de la ciudad. O mejor, acompañó el cambio que estaba experimentando Buenos Aires en su modernización.
Cuna de los estereotipos
Miriñaques, polisones, crinolinas y ahuecadores constituyeron un “artefacto”. Es que, en la llegada de la impronta de moda europea, se tornó clave en la modelización de las siluetas. Fue el momento de la instauración de estereotipos de belleza, el de las mujeres estilizadas bajo un canon riguroso.
“Encontré muchos artículos respecto del cuerpo ideal de una mujer -cuenta Baldasarre-, el contorno de la cadera no tenía que ser más de 20 centímetros más grande que el de la cintura. El lugar privilegiado de la sensualidad femenina está ubicado en la cintura, con parámetros que se determinan y estandarizan en un ideal. Por eso, el corset comprimía tanto”.
Y agrega: “El proceso de construcción de una apariencia se apoya en la modelación corporal de los dispositivos de la moda. Hoy esto se produce gracias a otro tipo de dispositivos que ya no están depositados en el cuerpo, sino que están en el medio: sea Instagram sea una foto retocada, o sea, pero pero en los dos casos es un proceso de construcción, de resaltar y de ocultar determinadas cosas y después cuando ese cuerpo cuando ese cuerpo se enfrenta en su realidad más descarnada se produce como una desilusión”.
Hacia el fin del período se fue ganando comodidad: se siguió usando el corset, pero la prenda empieza a tener varas más flexible y a dar una forma más atlética, menos pomposa.
“Somos deudores del siglo XIX, para bien y para mal -concluye Baldasarre-. Los prejuicios que cargamos se forjaron en ese período. La ropa constituía la silueta”.
La moda también es cosa de hombres
Si bien la moda era vista como un patrimonio exclusivo de la feminidad, lo cierto es que los varones ocupaban su rol en el sistema vestimentario de las tendencias imperantes. Tanto por las marcas de indumentaria masculina como por los usos que les daban. E, incluso, en el ansia de belleza y el código de ostentación de modernidad. Había un costo que pagar ante cierta intolerancia social.
“Al hombre que gustaba de la moda se lo llamó ´dandy´, e incluso ´petimetre´, que es una palabra más antigua. Después se les decía el ´leones´, en la calle Florida -explica María Isabel Baldasarre-. Estos hombres tenían habilitada la coquetería, pero con riesgos. La devoción por la moda era esencialmente femenina. Había cierta peligrosidad que no era ni más ni menos trasgredir el límite con la homosexualidad. Entre los varones estaba menos tolerado el gusto por la vestimenta”.
El ADN nacional
¿Había una moda argentina en general o porteña en particular? Baldasarre considera que no es posible identificarla como tal, aunque sí se pueden reconocer maneras particulares -individuales y colectivas- de apropiación de ropas y usos foráneos.
“Yo no encuentro una moda argentina, no la encuentro sobre todo en Buenos Aires y en el ámbito urbano y no hay una -sostiene la autora de ´Bien vestidos´-. Lo que hay es precisamente una voluntad de asimilación de los modelos de la modernidad parisina el caso de la moda femenina y de la modalidad londinense en el caso de la moda masculina, pero no hay una voluntad de de ser diferente”.
Y amplía que desde Italia, además llegaban sombreros -Borsalino- y calzado; del mercado alemán, medias y cuellos de camisa.
Convivían la exportación de productos con la industria nacional. La confección de este tipo de ropa en la Argentina se hacía con figurines que venían del exterior. En Buenos Aires las tiendas departamentales tenían sus talleres de confección: “La producción es propia pero los modelos las telas y venían de las ciudades centrales”, señala María Isabel.
Buenos Aires de finales del siglo XIX fue un momento, “no tanto de democratización de la moda sino de democratización del deseo de modernidad”, afirma María Isabel Baldasarre. Un deseo consumado.