Fuente: Clarín – Si el propósito de la moda es vestir y ornamentar, Roberto Piazza lo magnifica al conmover y entretener. Basta con asistir al menos a uno de sus despliegues artísticos donde la pasarela típica de un desfile se vuelve un escenario de varieté.
Es que, a la diversidad de géneros, cuerpos y edades, se suma el maestro de ceremonia en el que se transforma Piazza al cantar e interactuar con el público.
Y es justamente en el escenario donde el creador más extravagante del país se diversifica en el fashionista que suele ostentar vestuario gótico, el guapo arrabalero que en cada tango que interpreta honra la memoria de su madre y el guarro que improvisa un stand up para contar momentos bravos y felices de su vida.
Ahí está también el hombre que detrás del glamour de la moda batalló con su historia personal al crear la Fundación contra el Abuso Infantil y la Violencia Familiar y ser el principal impulsor de la denominada “Ley Piazza”.
Tras el reciente viaje a Europa, donde mostró sus diseños y se codeó con personajes de la nobleza, repasa su carrera de más de 48 años y anticipa que en junio hará el nuevo show para dar a conocer la colección de este año.Piazza es sumamente exigente en cada una de sus colecciones. La próxima está programada para junio.
-¿Cómo te llevás con el tema de las valijas?
-Detesto las aduanas. Cuando viajo en tren no, porque es más fácil, no hay drama. Pero cuando tengo que tomar un avión, ya me pongo loco, por el exceso de equipaje y porque mis vestidos no son tan sencillos de llevar.
-¿Sos de comprar cosas?
-Soy compulsivo. Para este viaje llevamos una valija cada uno (lo dice por Walter Vázquez, su marido) y creo que volvimos con nueve.
-¿Comprás para vos o para diseñar?
-Para mí, de todo. Cada vez que salgo me compro algo, desde perfumes, hasta bijouterie, zapatos y cintos, lo que vea que no encuentro en Argentina. Encima, en Madrid hay cosas de todo el mundo. Es como el corazón de Europa.
-Más allá de la ropa, ¿cuál es tu magnetismo?
-Lo descubrí cuando empecé a hacer televisión con Carmen Barbieri en Movete. Alfredo Odorisio me había dado un bloque de dos días por semana y a veces llegábamos a 17 puntos de rating. Ahí me di cuenta de que me empezaron a seguir, primero las mujeres, después los hombres heterosexuales y por último, el público gay. Les encantaba porque siempre estaba vestido impecable, como salido de una tintorería, y hablaba con una corrección extrema. Además, soy divertido y creo ser una persona inteligente, culta. Antes de eso, en 1982, ya mostraba alta costura en televisión, algo que no se usaba. Era un pendejo y lo hacía. Empecé a meter mujeres reales, eso fue muy agradecido. Después, comencé a hacer música y teatro, no es algo de ahora. Descubrí que podía hacer algo más allá de un lindo vestido. Lo fui cultivando. Me hizo muy bien subir a un escenario, crecí mucho internamente.
-¿En qué momento te animás a la transición de la pasarela al escenario?
-Un día estaba en el Hotel Panamericano presentando mi revista Imagina. Contraté dos cantantes y me di cuenta de que lo hacía igual a uno de ellos. Ahí empecé a cantar. Fui a un famoso foniatra que me enseñó a colocar la voz y a engolar. Hablé con el que en ese momento era el dueño de Moliere. Tenía ganas de hacer un cabaret o burlesque de tango. No quería que fuera un recital y punto, quería salir vestido como a mí me gusta, muy lujoso, que hubiera mannequins como en un prostíbulo entre Berlín y Buenos Aires. Empecé a buscar la orquesta, los directores musicales, a tomar clases y a ensayar. Estrenamos la obra con un éxito maravilloso, estuvimos once años ahí. Después hice el Tabarís con Gerardo Sofovich, fue maravilloso. También hice otro tipo de obras de teatro, en una contaba mi vida.
-Sí, como un stand up.
-Claro, me paraba con un traje de cristal y la banda era un sexteto. Le contaba a la gente mi vida, antes de escribir el libro (Corte y confesión). A cada cosa le dedicaba una canción. Obviamente el primer tango fue para mi madre y me puse a llorar. Lloraba y cantaba…
-La moda tiene tanta preparación y un desfile dura tan poco que eso debe generar sensación de vacío. ¿Hacer esos shows fue una manera de completarlo?
-La modelo está, máximo, dos minutos en pasarela, cuando estuviste seis meses para hacer un vestido. Después me quedaba solo, necesitaba expresarme artísticamente. En los shows paso de la risa al llanto y me mando algunas guarradas, hago dúos con Walter, mi pareja, aparece una modelo o invito a Patricia Sosa. Cantar, canté con todos, con María Graña, Cacho Castaña y Rubén Juárez. Tuve el honor de hacerlo con casi todos los grosos.
-Hablando de arte, en el Museo del Traje hay donaciones que hiciste de vestidos tuyos en homenaje a Pérez Celis. ¿Te cuesta donar o lo pensás como un legado?
-A veces me da compulsión de regalar cosas. Ya le doné al Museo del Traje, y en plena pandemia un día me sentía tan deprimido que saqué treinta vestidos para la Casa del Teatro. Después de eso me llamaron de Canal 13 e hice un desfile en Corte y Confección. Dio un resultado que no esperaba. Cada vez que me llama una institución lo hago. No me cuesta desprenderme. En este momento tengo 650 vestidos en mi maison de Buenos Aires.Diseños únicos. Sus vestidos demandan meses de elaboración.
-Revisitando, ¿cómo se te ocurrió la idea de incluir mujeres diversas a tus desfiles? Sumaste a Ana María Giunta y a Cipe Lincovsky, que era una señora más grande.
-Fue para el desfile llamado Divas. Llamé a todas las grandes figuras. Se trató de mujeres que nadie las relaciona con el fashion. Busqué que fueran fastuosas, llamativas, sofisticadas, extravagantes o intelectuales. Me arriesgué. Muy pocas veces una mujer me dijo que “no”. ¡Tendría que ser heterosexual! Cipe me dijo que sí, fue muy cariñosa. Era un desfile a beneficio. Le hice un vestido de terciopelo marrón chocolate, sin nada de nada. Le encantó, pero cuando estaba por salir me dijo que temblaba de los nervios, porque lo único que tenía para defenderse era su presencia. Le puse un tema de Vangelis o algo así. Fue emocionante verlas, era como ver cinco óperas juntas. Se te ponía la piel de gallina.
-Ahora quizás se habla de diversidad y solo se ve una modelo plus size, como la excepción que confirma la regla. ¿Mirás desfiles o te da igual lo que hagan los demás?
-No, no miro nada. Si me invitan voy, si es un amigo mío de verdad. Cuando era muy chico iba a ver siempre a Gino Bogani. Tenía 22 años, estaba recién llegado a Buenos Aires, no tenía ni smoking ni traje. Lo iba a ver y como empecé a tentarme de copiar, no fui más. Tampoco compré más revistas. Había empezado a hacer terapia y no quería copiar a nadie. Pensé en vomitar mi locura de la manera que más quería. Y aunque no tenía qué comer, compraba lo mejor de lo mejor y hacía creaciones espectaculares, con mucha tela. Así me fui metiendo en cosas ostentosísimas y a veces de niveles arquitectónicos..
-¿Alguna vez pensaste hacer algo minimalista?
-La vez que lo hice fue un horror, una cosa espantosa que quedó colgada en un perchero y lo terminé usando de viso, de enagua, y después lo cubrí con un encaje. Las novias piden algo más minimalista.
-Y qué pasa con el tema del oficio, algo que implica la alta moda, ¿es difícil encontrar personas especializadas?
-Tengo dos suertes. Primero, trabajo con gente joven. La gente grande ya dejó. En una época tenía cuarenta señoras adentro de mi casa cosiendo. La periodista Leda Orellano les puso “las hadas de Roberto Piazza”. Y tengo veinte escuelas, de ahí saqué mujeres y hombres maravillosos que pintan, cosen y bordan. La última colección de mayo pasado la hicieron en su mayoría ex alumnos o docentes de mi escuela que, en promedio, tienen 50 años. No tengo ese problema, sí tengo que lidiar porque exijo mucho. Un vestido de colección lo reboto seis veces, por lo menos.
-¿Hay algo que no hagas o a lo que no accedas?
-En lo posible siempre hago vestidos a mi gusto. A mí me gusta lo monacal, lo gótico, lo dark, pero a las mujeres hoy en día les gusta mostrar. El otro día vino una señora distinguidísima, me pidió que se le viera la piel. Le sacamos el forro del vestido y se fue a la fiesta hecha una diosa. Las de quince son las clientas más maravillosas: quieren vestidos tipo Walt Disney, como si estuvieran en Dubai. Piden corsetería, piedras y diademas.
-¿Qué te dicen en la calle? ¿Tiene que ver con tu profesión o con tu historia personal?
-Me muevo por la vida como un ser normal, ando como Roberto. Voy a hacer gimnasia con jogging y me quedo así. Soy muy sencillo, cero snob. Detesto el esnobismo. Si en Madrid, en una cuadra. me saludaban y me sacan fotos, imagínate en Buenos Aires. No me la creo.
-¿Y los más jóvenes?
-Normalmente sucede que me dicen “gracias Roberto, por vos pude hablar con mi mamá, conté mi vida privada y pude denunciar”. O lloran, eso me mata (emocionado). Me pongo mal, porque me ven como si fuese su salvador y yo no lo hice pensando en eso.
-Decís que sos desbocado, ¿te arrepentís de algo?
-No me arrepiento de nada de lo que hice y dije. Si no lo hubiera dicho o hecho me hubiese quedado con el entripado acá.
-¡Sos tano!
-Sí, lo hago y chau. Si gusta, gusta, y si no, no.