Fuente: Télam ~ Con «Prueba de vestuario», la periodista de moda Victoria Lescano incursiona en los tiempos del cine, sus grandes figuras, actores, directores y diseñadores desde los años 30 al cine contemporáneo y sitúa la moda como pasarela social y reflejo de época, al mismo tiempo que destaca «la importancia de la conservación de vestuarios y de documentos y referenciales visuales».
«Prueba de vestuario: diseñadores y vestuaristas en el cine argentino», recientemente publicado por Ampersand en su colección Estudios de moda, recopila estilos, miradas y pone en escena la importancia de los vestuaristas y modistos de la costura para cine y teatro a partir de entrevistas realizadas por la propia Lescano en su trayectoria como periodista especializada en moda desde los 90.
Libre de las presiones de un texto académico, el gran compendio de nombres, anécdotas y personalidades hilvana un recorrido por temas como la «Morocha y la «Rubia Mireya», la vestimenta masculina, el vestuario avant-garde, lo kitsch, los teléfonos blancos y vestidos de gasas de las divas como las hermanas Legrand. En ese periplo que demandó horas de visionado de grandes clásicos del cine argentino en tiempos de los estudios, la ensayista llega al cine de autor y la contemporaneidad, y se detiene en Lucrecia Martel y Julio Suárez, Roberta Pesci, Martín Rejtman y Mónica Van Asperen, entre otros directores y vestuaristas.
A su vez, traza distintas líneas de reconocimiento con el cine europeo y la gran meca norteamericana. Y en medio de ello emerge la historia del prêt-a-porter, las casas de moda, las fábricas de ropa, el diseño y los grandes desfiles parisinos o la repercusión de «El cuento de la criada», la obra de la escritora canadiense Margaret Atwood que en su adaptación al formato audiovisual dotó a sus personajes de un icónico ropaje (cofia blanca, túnica roja) que trascendió fronteras y se instaló como emblema de distintas acciones y reclamos.
En diálogo con Télam Lescano relata su llegada a la moda a partir de su interés «por los modos, las extravagancias, los usos y las costumbres y su origen» y sus inicios en el tema a comienzos de 1990: «La premisa fue escribir sobre la historia de ciertas prendas, estilos en el rock, rarezas», dice. Antes había colaborado con la escritora Laura Ramos en la revista El periodista y luego escribió la sección de tendencias en La Maga.
«En cuanto al cine, los films contribuyeron a mi aprendizaje inicial sobre moda. Es vox populi que el cine difundió atuendos que son hitos y que así como fueron replicados por las espectadoras de ciertos films, intentado vestirse a imagen y semejanza de sus actrices favoritas, los diseñadores de moda suelen recurrir como referencia al imaginario creado por los diseñadores de vestuario», afirma.
En esta investigación, su descubrimiento estuvo en «zambullirse» en las obras de Manuel Romero de fines de 1930 con recursos y estéticas que la impactaron, o escenas como la de Paulina Singerman en «Caprichosa y millonaria» de Enrique Santos Discépolo (1940), donde el personaje «se prueba toda la ropa» que tiene para una fiesta, «pero aun así solloza `que nadie la entiende y que no tiene qué ponerse. «La imagen -destaca- se asemeja a un editorial que podría ilustrar las páginas de una revista de moda contemporánea». Y acota: «El personaje tenía una comitiva entre peinadores y manicuras, y era una víctima de la moda, mucho antes de que se hablara de esa patología».
¿Qué sucede desde lo social con la moda que se ve en las pantallas hoy? «Hoy la moda refleja gestos políticos, pero desde el cine, el cuento de la criada devino emblema de predicas feministas y la marchas por la ley de aborto libre y gratuito», dice.
Si bien el libro no es «una historia lineal del vestuario» en cada capítulo refiere «diferentes períodos y estéticas, y también a la labor y el abordaje al diseño de vestuario según el método de Lerchundi, Horace Lannes, Jaumandreu, Beatriz di Benedetto, María Julia Bertotto, Roberta Pesci y Julio Suárez para los films de les directorxs Lucrecia Martel, Lorena López o Luis Ortega», matizado con el trabajo de Martín Rejtman «sobre la singularidades del vestuario en sus films», explica.
Entre las pequeñas historias de su libro rescata algunas: «la trama de `Elvira Fernández vendedora de tienda´ fue una sorpresa como gesto político» o «´La rubia del camino´, otra rubia de clase alta» que se escapa de su compromiso y regresa desde el sur a Buenos aires en un camión, «sus ropas y su personaje van cambiando; me gustan las comedias que reflejan tales cambios», destaca.
-Télam: ¿Se puede hablar de una estética del vestuario en el cine argentino?
-Victoria Lescano: Claro que sí y me remito a las flappers arrabaleras y las rubias mireyas con los estilos de Tita Merello y Mecha Ortiz. «Mercado de abasto» es un ejemplo de estilos populares y fabulosos. Merello representó a la trabajadora de un puesto-carnicería, con su guardapolvo y una cofia pero cuando cambia la ropa de faena por las faldas rectas, las camisas con foulard, los suéters ceñidos, más afines al estilo tango; o bien los ropajes de paisana de «La carancha» y en «Los isleros», con sus ropas de paisana, la blusa, el pañuelo al cuello. Los vestuarios de la creadora austríaca radicada en argentina Frid Loos para Mirtha Legrand o Delia Garcés en «La maestrita de los obreros». Paco Jaumandreu y sus trajes para la exuberancia de Isabel Sarli bordeando el kitsch.
En 1950 Paco vistió a Fanny Navarro en «Marihuana» de León Klimovsky con atuendos cuyas estampas reflejaron los estímulos visuales del cannabis. Cuando en 1962 Jaumandreu fue convocado por Leopoldo Torre Nilson para vestir a Sarli en «Setenta veces siete», ella vistió ropas austeras para trabajar la tierra de la Patagonia a tono con los matices del neorrealismo italiano que parecieron regir el film (traje de paisana a un vestido ajustado prendido en el frente como un batón), pero nunca prescindió de un chal símil poncho sobre sus hombros.
Niní Marshall y sus homenajes a la inmigración española desde Cándida, inspirada en los atuendos domésticos de Francisca Perré; su célebre personaje Catita, que apareció en 1938, plasmaba la estética de las compradoras en la tienda La Piedad, réplica del gesto de quienes se tiran toda la ropa encima, sin escatimar acicalarse ni mezclar estilos.
-T: Entre las actrices argentinas mencionas a Evita y al diseñador Jamandreu. ¿Por qué ella pasó a vestirse fuera del país al incorporarse a la vida política?
-VL: Evita también se vistió con un sastre llamada Luis Agostino. Con sus ropas predicó un estilo más clásico para la vida política, pero para las galas incorporó trajes de Christian Dior, zapatos de Salvatore Ferragamo (la tienda museo Salvatore Ferragamo de Florencia conserva las hormas para sus zapatos). Además de su complicidad con Jaumandreu, quien le hizo trajes, Eva tuvo una asesora de vestuario llamada Asunta Hernández que trabajaba en la casa de alta costura Henriette (casa de modas fundada en 1918 por Sarina Schwartz). Hernández tuvo la misión de viajar a París y elegir los vestidos de fiesta para Eva Duarte en Christian Dior, Jacques Fath, y también de ataviarla con sus ropas fúnebres.
-T: ¿Se perdió algo de la relación del vestuarista y el cine desde la época de oro a estos momentos?
-VL: Creo que las historias cambiaron, también la estética, la desaparición de los grandes estudios con sus departamentos de vestuario. Circa 1990 el nuevo cine argentino marcó un quiebre con estilos de las décadas anteriores, pero también exaltó un vestuario más austero, en su mayoría trazado en base a rescates de tiendas vintage y la estética indie de 1990 en circuitos vinculados con la música y el arte.
-T: ¿Cómo sería un desfile imaginario con las actrices y actores que mencionás?
-VL: Zully Moreno en «La mujer de las camelias», con diseños de Horace Lannes y también en «La calle del pecado»; Delia Garcés en «La maestrita de los obreros» con tailleurs diseñados por Fridl Loos; Mirtha Legrand en «La patota de Daniel Tinayre» (trajes sastres, faldas de línea A, trench coats entallados e ineludibles gafas oscuras diseñadas por Vanina de War); Niní Marshall con alguno de los trajes creados por ella matizados con rescates de la sastrería Machado.
Mecha Ortiz en una sesión de peluquería para lograr el tono de la rubia Mireya; Bárbara Mujica como la niña que pide los pantalones cortos prestados a sus jóvenes enamorados en «La edad difícil»; Graciela Borges como Finita en «Crónica de una señora» y en especial el baile en la disco «Mau-Mau au», y en «Piel de ángel», con