Fuente: TN – Juan y Eveling contaban las monedas que les quedaban cuando pensaron en desprenderse de los electrodomésticos y comenzar de nuevo. Hoy fabrican ropa de bebés para todos el país y le dan empleo a 14 personas.
A Juan Ramírez y Eveling Villena los atravesó la necesidad. Ambos nacidos en Bolivia, vivieron realidades distintas durante la adolescencia y se encontraron en un escenario similar cuando aún no habían cumplido los 18 años.
Él llegó a la Argentina a los 16. Lo trajo un tío lejano que le prometió trabajo en un taller de ropa. “Un taller clandestino, en donde trabajaba de 8 de la mañana hasta la 1 de la madrugada. Dormía ahí adentro y nos daban comida”, contó a TN.
Ella, en cambio, emigró de su país a los 4 junto a su familia. “Mi papá vino con otras posibilidades de trabajo. Hacía estructuras mecánicas y solo trabajaba él. Pero lo asesinaron durante un asalto cuando tenía 15. A partir de ahí mi vida cambió”.
Si bien tenían una casa y un seguro que les permitió vivir dos años con comodidad, Eveling debió buscar un trabajo porque a su madre, que trabajaba como empleada doméstica, tampoco le alcanzaba el dinero. “Cuidé chicos, atendí una verdulería y vendí ropa, hasta que también ingresé a un taller clandestino de costura”, explicó.
Mientras Juan enviaba parte del dinero que ganaba a Bolivia para ayudar a sus hermanos, Eveling hacía malabares para viajar a la facultad y poder comprar los apuntes para terminar el CBC. “Lo pude realizar, pero tuve que dejarlo porque no me alcanzaba el dinero”, dijo.A Juan Ramírez y Eveling Villena los atravesó la necesidad. Ambos nacidos en Bolivia, vivieron realidades distintas durante la adolescencia y se encontraron en un escenario similar cuando aún no habían cumplido los 18 años.
Él llegó a la Argentina a los 16. Lo trajo un tío lejano que le prometió trabajo en un taller de ropa. “Un taller clandestino, en donde trabajaba de 8 de la mañana hasta la 1 de la madrugada. Dormía ahí adentro y nos daban comida”, contó a TN.
Ella, en cambio, emigró de su país a los 4 junto a su familia. “Mi papá vino con otras posibilidades de trabajo. Hacía estructuras mecánicas y solo trabajaba él. Pero lo asesinaron durante un asalto cuando tenía 15. A partir de ahí mi vida cambió”.
Si bien tenían una casa y un seguro que les permitió vivir dos años con comodidad, Eveling debió buscar un trabajo porque a su madre, que trabajaba como empleada doméstica, tampoco le alcanzaba el dinero. “Cuidé chicos, atendí una verdulería y vendí ropa, hasta que también ingresé a un taller clandestino de costura”, explicó.
Mientras Juan enviaba parte del dinero que ganaba a Bolivia para ayudar a sus hermanos, Eveling hacía malabares para viajar a la facultad y poder comprar los apuntes para terminar el CBC. “Lo pude realizar, pero tuve que dejar porque no me alcanzaba el dinero”, dijo.
Para ese entonces, Janice (14), su hija más grande, tenía 7 y Juan (11), el del medio, 4. Lucía, la más pequeña que actualmente tiene un año y medio, no había nacido.
En búsqueda de un mejor pasar, Juan abandonó el rubro textil e ingresó como empleado en una empresa que brindaba servicios de seguridad en countries privados. Sin embargo, la paga era mucho menor de la pactada: “Me descontaban la ropa y otros servicios, el primer mes cobré casi la mitad de lo hablado. Y al segundo mes me fui”.
“No teníamos para comer y no podíamos pedirle prestado a nadie. Tampoco teníamos para pagar la terapia para Juan, que necesitaba ir a una fonoaudióloga por un trastorno en el lenguaje que no le permitía hablar”, recordó Eveling.
Una noche, sentados alrededor de la mesa y contando las monedas que cada uno conservaba, entendieron que así no podían seguir.
Vendieron la licuadora y el microondas para crear una marca de ropa
“El motor fue Eveling que me dijo: ‘Voy vender los electrodomésticos y a comprar tela’”, contó Juan. Ella agregó: “Teníamos las máquinas de Juan, porque un montón de veces trabajamos como tercerizados. Se nos acumulaban las deudas, fue muy duro”.
Aquella idea disparó una primera producción que vendieron al instante. Previo a eso, se deshicieron del microondas y la licuadora: “Con ese dinero compramos 10 metros de tela. Y todo lo que ganábamos lo reinvertíamos en la tela, la cual comprábamos en Once. Pero nos empezó a ir bien y llegó la pandemia”, relató Juan.
Como conservaban bastante stock para producir, decidieron confeccionar barbijos, un bien preciado en el inicio de la cuarentena. Aquel rebusque sirvió para pasar los primeros meses. Sin embargo, una vez que las farmacias se stockearon, volvieron a pensar en un nuevo negocio.
Se especializaron en ropa para bebés, un rubro conocido por Eveling, que previamente se había dedicado a confeccionar algunas prendas para vender en otra feria: “Sabía lo que funcionaba y lo que a la gente le gustaba”, indicó.
Con la ayuda de viejos clientes y las redes sociales, empezaron a vender ropa en distintos puntos del país. El éxito era tal que pasaron de comprar de a cinco o diez metros de tela a encargar tres rollos completos: “Nunca nos había pasado. Incluso el día que lo hicimos no teníamos flete, así que viajamos en colectivo y en tren con los rollos encima”, expresó Juan.
Como los pedidos se acumulaban, ambos empezaron a darse cuenta de que podían volverse fabricantes mayoristas de ropa de bebés. Y así nació Cuchis, una marca que pasó de tener a dos dueños cosiendo a 14 empleados en blanco, un local a la calle en Flores y una fábrica que produce para decenas de clientes distribuidos en todo la Argentina.
Ahora que pueden darse el gusto de comer lo que deseen, el próximo sueño es comprar un lote para dejar de alquilar y montar allí una fábrica más amplia. “Tenemos una camioneta vieja, no nos damos ningún lujo. Todo lo reinvertimos para crecer”, sostuvo Eveling.
“Fuimos constantes, aún en los peores momentos quisimos levantarnos. Entendemos que uno se puede esforzar a querer hacer un buen trabajo. Siempre apuntar a que sea un buen trabajo y a hacerlo en equipo. Porque a una persona sola le cuesta, es difícil hacerlo solo, y nosotros, de a dos, siempre nos animamos cuando el otro se caía”, remarcó Juan.
Eveling continuó: “Si tuviese que dar consejo es que nunca se den por vencidos. A pesar de tropezar muchas veces y de que nadie confíe en vos”.
Y completó: “A pesar de ser fabricantes, sabemos que vendemos un servicio. Y estamos acá gracias a nuestros clientes, a quienes le debemos la posición en la que estamos. Amamos nuestro trabajo y damos el 100%. Eso se siente”.
Para ese entonces, Yanisse (14), su hija más grande, tenía 7 y Juan (11), el del medio, 4. Lucía, la más pequeña que actualmente tiene un año y medio, no había nacido.
En búsqueda de un mejor pasar, Juan abandonó el rubro textil e ingresó como empleado en una empresa que brindaba servicios de seguridad en countries privados. Sin embargo, la paga era mucho menor de la pactada: “Me descontaron la ropa y otros servicios, el primer mes cobré casi la mitad de lo hablado. Y al segundo mes me fui”.
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“No teníamos para comer y no podíamos pedirle prestado a nadie. Tampoco teníamos para pagar la terapia para Juan, que necesitaba ir a una fonoaudióloga por un trastorno en el lenguaje que no le permitía hablar”, recordó Eveling.
Una noche, sentados alrededor de la mesa y contando las monedas que cada uno conservaba, entendieron que así no podían seguir.
Vendieron la licuadora y el microondas para crear una marca de ropa
“El motor fue Eveling que me dijo: ‘Voy a vender los electrodomésticos y a comprar tela’”, contó Juan. Ella agregó: “Teníamos las máquinas de Juan, porque un montón de veces trabajamos como tercerizados. Se nos acumulaban las deudas, fue muy duro”.
Aquella idea disparó una primera producción que vendieron al instante. Previo a eso, se deshicieron del microondas y la licuadora: “Con ese dinero compramos 10 metros de tela. Y todo lo que ganábamos los reinvertíamos en la tela, la cual comprábamos en Once. Pero nos empezó a ir bien y llegó la pandemia”, relató Juan.
Como conservaban bastante stock para producir, decidieron confeccionar barbijos, un bien preciado en el inicio de la cuarentena. Aquel rebusque sirvió para pasar los primeros meses. Sin embargo, una vez que las farmacias se stockearon, volvieron a pensar en un nuevo negocio.
Se especializaron en ropa para bebés, un rubro conocido por Eveling, que previamente se había dedicado a confeccionar algunas prendas para vender en otra feria: “Sabía lo que funcionaba y lo que a la gente le gustaba”, indicó.
Con la ayuda de viejos clientes y las redes sociales, empezaron a vender ropa en distintos puntos del país. El éxito era tal que pasaron de comprar de a cinco o diez metros de tela a encargar tres rollos completos: “Nunca nos había pasado. Incluso el día que lo hicimos no teníamos flete, así que viajamos en colectivo y en tren con los rollos encima”, expresó Juan.
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Como los pedidos se acumulaban, ambos empezaron a darse cuenta de que podían volverse fabricantes mayoristas de ropa de bebés. Y así nació Cuchis, una marca que pasó de tener a dos dueños cosiendo a 14 empleados en blanco, un local a la calle en Flores y una fábrica que produce para decenas de clientes distribuidos en todo la Argentina.
Ahora que pueden darse el gusto de comer lo que deseen, el próximo sueño es comprar un lote para dejar de alquilar y montar allí una fábrica más amplia. “Tenemos una camioneta vieja, no nos damos ningún lujo. Todo lo reinvertimos para crecer”, sostuvo Eveling.
“Fuimos constantes, aún en los peores momentos quisimos levantarnos. Entendemos que uno se puede esforzar a querer hacer un buen trabajo. Siempre apuntar a que sea un buen trabajo y a hacerlo en equipo. Porque a una persona sola le cuesta, es díficil hacerlo solo, y nosotros, de a dos, siempre nos animamos cuando el otro se caía”, remarcó Juan.
Eveling continuó: “Si tuviese que dar consejo es que nunca se den por vencidos. A pesar de tropezar muchas veces y de que nadie confíe en vos”.
Y completó: “A pesar de ser fabricantes, sabemos que vendemos un servicio. Y estamos acá gracias a nuestros clientes, a quienes le debemos la posición en la que estamos. Amamos nuestro trabajo y damos el 100%. Eso se siente”.