Fuente: La Nación ~ En el último año, por la pandemia, la industria de la moda cambió. No sólo retrocedieron fuerte las ventas, sino que quedó stock de la temporada otoño-invierno 2020 que no todas las marcas pueden aprovechar.
Si bien las ventas por Internet crecieron, estuvieron lejos de compensar la caída de las presenciales. Los compradores a la caza permanente de ofertas son otro factor que pesa en la estructura.
La experiencia de nueve meses de 2020 marcaron las decisiones para este año: producción más acotada, reutilización de los básicos que quedaron y promociones.
A los desafíos generales de toda la economía, al sector le pegan especialmente los problemas para ingresar importaciones.
“Hubo sobrantes de las colecciones anteriores, mucha mercadería quedó en los depósitos –describe Claudio Drescher, socio de Jazmín Chebar y presidente de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria-. A las marcas para mujeres se les hace mucho más difícil recuperar esos productos. En cambio, las de niños y hombres pueden hacer un mejor aprovechamiento. El stock frenado generó un costo extra muy importante”.
El ejecutivo remarca que el impacto de los centros comerciales cerrados siete meses en Ciudad de Buenos Aires fue letal: entre 65% y 70% de la venta global de productos de moda se origina allí.
Hace casi medio año la Cámara presentó al Ministerio de Desarrollo Productivo una propuesta de plan de reconstrucción para el sector que apunta también a desarrollar marcas para los mercados interno y externo.
Las empresas sufrieron haber desembolsado capital para productos que no pudieron vender, lo que les complicó también afrontar la primavera-verano. Después de esa coyuntura, Drescher apunta que la tendencia dominante es a “concentrarse en la cercanía, tener más velocidad de respuesta y no tener pedidos de programación tan largos para estar alineados a la necesidad del mercado”. Indica que era un cambio que ya venía y se profundizó.
Desde LTO, fábrica y venta de indumentaria femenina, Javier Ahumada describe que la crisis del año pasado implicó la salida del mercado de comercios y productores: “Quedaron los de más experiencia, los que ya surfearon otras crisis. En materia comercial, también los que pudieron adaptarse a las nuevas exigencias de los clientes, que pasan por cada vez más servicios y una organización de los locales donde la gente pueda elegir solo”, sostiene.
Coincide con sus colegas en que el stock que quedó sin vender se suma a las pérdidas porque con los actuales niveles de inflación “es capital invertido muerto; un rollo de tela económico cuesta $25.000, así que es mucho lo que se debe invertir para que quede parado. Hay que rotar cinco o seis veces en la temporada, como mínimo”.
Drescher señala que las prendas que quedaron del otoño-invierno pasado fueron puestas en locales “cuando son básicas o no se mostraron”, pero hay marcas que “mandan a sus outlets” porque no les queda otra.
Desde la empresa que manejan las marcas Portsaid, Desiderata y System reconocen que para adecuarse a la nueva realidad, “hay que ser flexible y dar un giro cuando es necesario”.
Enfatizan que cambiaron las prioridades y los momentos de uso de la indumentaria y, por lo tanto, las colecciones viraron en ese sentido. “Miramos tendencia constantemente y buscamos adaptar nuestras propuestas a eso y a nuestra realidad. Es un constante aprendizaje”, dicen.
Admiten que de la colección otoño-invierno 2020 dejaron afuera productos que no creían “correctos para ese momento en particular donde todos estábamos confinados y las ocasiones de uso se veían restringidas”.
Al mix de las colecciones lo van modificando en el momento, aunque se acortaron los tiempos productivos. “Cada una de nuestras marcas tiene una estrategia diferencial en la planificación de la colección. Estamos constantemente analizando posibles escenarios ante nuevos posibles cierres o caída de ventas”, definen.
Desde la empresa textil que produce varias marcas –Industrial, Black Sport y Rock & Jeans-, Diego Funes explica que trabajan just in time y eso se convirtió en una fortaleza: “Cuando llegó la cuarentena estábamos produciendo invierno, no teníamos lista la colección. Así que nos pudimos acomodar, lo que no les pasa a quienes tercerizan la fabricación o compran a otros. Podemos optimizar y no quedarnos con stock. Este sistema nos ayudó. Vemos que hay empresas que están cayendo por los problemas”.
El otro punto a favor es que el 85% de lo que hacen es atemporal y, además, son fuertes en el home wear (ropa para la casa), un segmento que creció mucho.
Funes comenta que en medio de la cuarentena dura la venta online y la que hacen a por mayor colaboraron para sostener los niveles de operaciones. “También el seguir trabajando para industrias. En contingencia, empezamos a producir batas, cofias y barbijos que un año después seguimos haciendo”, recuerda.
Los dueños de locales que compran a importadores o fabricantes desde hace unos meses perciben los cambios en la forma de producir moda. Gabriela Alercia, propietaria de Cortesía, ratifica que la fabricación es “mucho más acotada que en años anteriores, incluso hay poco de productos que se venden bien, se agotan y no hay más”.
En su caso, que trabaja con “básicos de diseño”, prima el criterio de elegir prendas que se puedan volver a poner en venta. Incluso menciona que importadores que un año atrás aumentaron precios sobre la base de la suba del dólar ahora los tienen más baratos y hay en existencia.
Marcas que antes hacían cápsulas de hasta un centenar de prendas, ahora las redujeron a un cuarto o menos. Analizan cómo van las ventas y actúan en consecuencia. La producción de la colección de invierno, en muchos casos, sigue hasta mayo mientras que en paralelo las marcas miran el verano. Drescher apunta que desde diciembre hay una mejora en las ventas y que, de no mediar otro cierre obligado, esperan una recuperación “lenta”. Aunque sostiene que hay diferencias fuertes entre empresas, las operaciones online representan entre 10% y 15% del total.
“Lo básico es resistente, el resto perecedero”, sintetiza el dueño de una de las marcas de “fast fashion” (moda de alta rotación) de la Argentina. En su caso, pudo recuperar remeras, jeans y camperas de la temporada anterior. “El año pasado fue muy complejo; no sólo se facturó menos, sino que muchos afrontaron problemas de abastecimiento. En los últimos meses también hay demoras en las importaciones, todo es complicado”, agrega.
En la Argentina, salvo géneros como el jean y el jersey, todo el resto es importado, por lo que los faltantes también condicionan la producción.
La crisis de la moda es mundial. El año pasado, Inditex –la española dueña de Zara, Pull&Bear, Massimo Dutti, Bershka, Stradivarius, Oysho, Zara Home y Uterqüe- puso en marcha un plan de venta online para dar salida al stock de sus 1.600 tiendas cerradas en la cuarentena europea. Fue la forma que encontraron para no perder la producción.