Fuente: Clarín ~ La aclamada autora Ottessa Moshfegh siempre usó ropa vintage para moldear y revelar su identidad. Ahora, considera cómo las prendas del pasado pueden ayudarnos a decidir hacia dónde vamos.
Sin dudas, la ropa vintage tiene un valor especial: hay historias incrustadas en las costuras, recuerdos metidos en el forro, atrapados entre los pliegues y escondidos en los dobladillos. A veces, el dueño anterior dejó evidencia: una lista de compras en el bolsillo, una mancha de café o una rasgadura de una noche de baile. Una imperfección es un detalle imborrable del encanto de una prenda de segunda mano. Un botón faltante puede contar la historia de la procedencia del artículo y, a veces, una imperfección explica cómo el artículo llegó a uno, quien lo reparará y lo amará nuevamente. También es cierto para las personas: nuestras marcas y cicatrices cuentan las historias de dónde estuvimos, dónde nos caímos y cómo nos curamos.
Durante miles de años, las personas usaron ropa de segunda mano y compraron y también la vendieron porque era muy costoso comprar cosas nuevas.
Todas conocemos una abuela que cosía los vestidos de su hija que luego usaba su otra hija, y finalmente la prenda terminó en una prima. En algún momento la tradición de la herencia dejó de ser común y el furor por lo nuevo se hizo presente. Comprar una pieza nueva era símbolo de cierto poder y las únicas personas que usaban ropa vintage eran quienes no tenían dinero para comprar nueva.
Pero luego las contraculturas tocaron la fibra sensible en la moda: los Diggers en la década de 1960 en San Francisco crearon atuendos espectaculares con ropa desechada y donada como parte de su estilo de vida radical anticapitalista. Luego, los punks de Londres transgredieron aún más, mezclando ropa de todas las épocas en una nueva estética destinada a hacer que una persona pareciera que acaba de sobrevivir a un viaje al infierno y de regreso. El nuevo look se filtró en la cultura dominante a través de la televisión y las películas. Después de eso, el goth y el grunge invadieron los noventa.
En 1993 vimos a Kurt Cobain cantar en vivo por televisión con un suéter verde andrajoso y el mundo cambió. Cobain representó la anticonformidad, la fuerza en la vulnerabilidad honesta y la belleza que podía ser devastada por su propia rabia y pasión y seguir siendo hermosa. El Grunge le habló al artista nihilista que habitaba en muchos corazones rotos adolescentes.
La famosa tienda de ropa vintage en Cambridge, Massachusetts, llamada The Garment District comenzó a ser furor. En los años noventa, todavía se podían encontrar vestidos de tarde de los cuarenta y camisas con estampado de poliéster de los setenta en las montañas de ropa que se vendía a un dólar el medio kilo.
En ese momento uno compraba vintage para desafiar el status quo. Y vestirse de vintage era un arte visual, como un collage de moda. Usar ropa vintage en cierta forma nos conecta más con la gente de pasado, con las historias de la gente.
El auge de la ropa vintage en la vestimenta cotidiana parece ser un fenómeno reciente, nacido tanto del privilegio y la nostalgia como de la necesidad, pero hoy en día es un tipo diferente de necesidad. La ropa asequible es omnipresente y tóxica para el medio ambiente. Durante su ciclo de vida, un par de jeans libera más de 33 kg de CO2, lo que equivale a conducir alrededor de 112 mil kilómetros. Y si intentamos tirar ese par de jeans, puede demorar hasta un año en biodegradarse por completo, y eso solo si es 100% algodón. Las fibras sintéticas solo empeoran las cosas.
Reciclar la ropa es una forma de limpiar la conciencia. Lo que más le gusta a un aficionado a lo vintage es ver a los nuevos íconos de la moda combinar looks del pasado. Pensemos en Kaia Gerber luciendo la clásica chaqueta de cuero Alaïa de su madre, la supermodelo Cindy Crawford, haciendo que los años noventa vuelvan a ser nuevos y elegantes. Zendaya lució un vestido sin breteles en blanco y negro vintage de Valentino en la alfombra roja, elevando el look de Linda Evangelista y haciéndolo todo suyo. Y día a día, tenemos los «recorridos masivos de artículos de segunda mano» de Emma Chamberlain, donde explica cómo las piezas de la década de 1990 y los años 2000 se pueden readaptar para una época diferente.
Si bien es importante hacer détox de placard, hay prendas que nos acompañaron en momentos clave de nuestra vida y queremos conservar. Y eso nos encanta.