Fuente: La Nación ~ El pasado agosto, imágenes y noticias llegadas desde la semana de la moda de Copenhague, un suceso breve pero dinámico, confirmaron nuestra convicción de que además de posible es provechoso practicar, aun en medio de una crisis global, un modo de hacer moda positivo a la vez que responsable, aunando ética e imaginación en un solo gesto creativo. Ya en enero el DAFI, Instituto de la moda danesa, organizador del evento, había anunciado un plan de acción sustentable 2020-2023, en el que postuló la necesidad urgente de una transformación de la industria, con el objetivo de reducir a la mitad, en ese lapso de tiempo, el impacto ambiental de sus actividades.
El documento enumera 17 requisitos, acordados por un panel de especialistas, que las marcas hasta ahora participantes deberán comprometerse a respetar sin falla, como condición sine qua non para seguir siéndolo. Todas han suscripto alegremente, ya que la CFW, siglas mediáticas, es el encuentro mayor de la industria de la moda nórdica, devenido además en pocos años un punto de referencia global con sus signos de estilo reconocibles en su diversidad. Reconocemos una identidad común, un equilibrio como matinal entre serenidad y nonchalance, un cool de países fríos, en el chic de paletas neutras, la feminidad en matices pastel y excentricidades multicolores que dominan por partes iguales las pasarelas escandinavas.
La disciplina que se aplicará a unas y otras se anuncia como estricta y pedagógica. Las marcas, calificadas como en las aulas, deberán alcanzar un promedio mínimo, calculado según los puntajes recibidos en seis sectores,o materias, de la episteme de la sustainable fashion, como el empleo de materias conformes, tal los textiles orgánicos, reciclados o recuperados en una proporción no menor al 50% del repertorio de productos ofrecidos, las condiciones laborales equitativas, el compromiso con el público.
Los cuatro días de presentaciones, tales como los contemplamos en nuestras pantallas, fueron una ocasión de intensa nostalgia. Hubo desfiles presenciales, otros expresados por medio de films o videos o muestras fotográficas, hubo debates, charlas y fiestas. En su nueva fase, para reducir desde la próxima temporada el número de visitantes venidos por vía aérea, Copenhague busca alternativas digitales seductoras. Entretanto ha declarado la guerra al plástico. Las botellas descartables ya fueron prohibidas, el año próximo vendrá el turno de las perchas, tan ubicuas.
Encuentro que la marca que más nítidamente representa el nuevo estado de ánimo de Copenhague, con sus prendas y su atmósfera, luminosas, inmediatas, es Skall Studio, fundada en 2014 por dos hermanas, Julia y Marie, arraigadas a la costa del norte de su país, veganas y ajenas en su trabajo a todo producto animal, según apuntan en su gacetilla. Componen sus colecciones en torno al algodón orgánico, el lino y la seda de la paz, proveniente de la India, llamada así por ser obtenida sin crueldad hacia la oruga, los textiles desechados por otras compañías y las lanas puras suecas y danesas hiladas en talleres artesanales locales. Todo tal como creemos que debe ser.
Presentaron en agosto su primer desfile, encantador, elaborado sin jamás apartarse de aquella sencillez natural que es una forma de refinamiento accesible a todas las sensibilidades y a todos los cuerpos, con prendas en las que circula, clara, la brisa de la vida.