Fuente: La Nación ~ El artista y empresario pasó de expandir la producción a su necesidad de adaptarse a las nuevas exigencias del mercado y de la situación social del país
Para muchos fue un shock. Para otros, un esnobismo de un diseñador que nos tiene acostumbrados a performances que combinan la moda con la denuncia social. De la presentación de la nueva colección de Martín Churba, hace tres domingos, nadie salió igual que como entró. Fue algo así como el grito desesperado de un artista y empresario en crisis que quiere :irse camino a contramano de la industria y que se puso como meta decrecer. Las que siguen son algunas de las escenas de la vida de Churba que pueden ayudar a comprender la génesis de su ruptura.
Escena uno. 2019. La calle no es un lugar par a vivir. Hay un vagón de subte intervenido con aerosoles. Hay murales y grafitis, como los que pueblan las paredes de casi todas las ciudades del mundo. Pero falta algo para que sea Buenos Aires. Eso dice Martín Churba, quizás el diseñador más vanguardista de su generación. “La calle está llena de gente durmiendo en la calle”. Por eso, decide transformar la presentación de su colección otoño-invierno en la sala Cronopios, del Centro Cultural Recoleta, donde se expone la muestra de arte callejero “Viraral”, en uno de esos rincones de la ciudad que los porteños casi siempre acabamos por no mirar. Llega el día del lanzamiento de la colección. Seis cantantes, vestidas con harapos, fingen dormir en la calle. Gritan y lloran, fuera de foco mientras ocurre el desfile. En la primera fila, en el VIP, 15 hombres que vivían en la calle y que paran en el hogar Cura Brochero miran con ojos atentos. Antes de montar la performance, Churba los entrevistó y les preguntó qué les parecía ese show-denuncia. “La calle no es un lugar para vivir, ese fue mi mensaje”, sentencia el diseñador tras el desfile. Lleva puesto un guardapolvo blanco, que se convirtió en el icono de su estilo. La colección se decía “Stock divino tesoro” y toda la escenificación es una gran metáfora de la transformación y la crisis que atraviesa el artista: “Estoy en pleno proceso de desemprender”.
Escena dos. 2017. Desarmar el transatlántico. Hasta 2017, el emporio Churba trabajaba con 70 personas, tenía cinco locales en el país, una mansión-taller en Recoleta y exportaba moda a Japón, París, y Estados Unidos. Ahora Tramando solo tiene 10 empleados y un local, donde suele atender el diseñador. “Voy a contramano, porque el fast fashion nos intoxicó”, apunta. Para la moda, el stockes mala palabra ¿Usártelas que quedaron de años anteriores? Casi es un insulto. “Pero en estos años de escasez la marca se caracterizó por darle valor a lo que otros descartaban”, dice Martín. Uno de los talleres que tenía en Barracas, en pleno auge de su firma, cerró. Y allí, desde 2006, olvidados quedaron 3000metros de tela. Después de haber consumido hasta los descartes, Martín recordó ese canuto. Esa fue la llave de la próxima colección, ese stock era el mayor tesoro. “Tuve que decidir cambiar de rumbo. Desarticular la idea de volumen, la gran escala y rearmar mi negocio. Todos creen que lo único que queremos los que tenemos una empresa es crecer. Expandimos. Pero hoy, en las actuales condiciones, tuve que hacer todo lo contrario: desarmar el transatlántico”, dice.
“Tenemos que construir una idea de valor nueva. La alquimia de transformar algo que no vale en algo que sí. Todo el sistema de la moda está basado en una construcción de un deseo estéril. No todo tiene que ser descartable”, apunta. Por momentos, su relato es el de un artista en crisis al que la coyuntura no lo dejó crecer. En otros, parece un gurú, alguien que abrazó la idea del desconsumo. O la prédica del economista francés Serge Latouche, que asegura que la economía tiene que decrecer.
Escena tres. 2016. Curar un perchero solidario. 23 de marzo 2016. El viento se mete por debajo de la ropa. Es una noche helada y los voluntarios de la Red Solidaria recorren el centro en busca de personas que no tengan dónde dormir. Juan Carr, el fundador, abre tres bolsas de consorcio con donaciones, en la Plaza de Mayo. Hay pantalones, camperas, mantas, remeras. La fila se vuelve un enjambre, todos revolviendo para encontrar algo más con qué cubrirse. Juan queda desolado. Piensa en otra manera de repartir los abrigos, una que dé dignidad. Lo llama a Martín Churba, a quien conoce desde hace años. Le pide que haga una curaduría de un perchero solidario. Un lugar que invite a quien tiene un abrigo que no usa a donarlo y a quien lo necesita, a buscarlo. Martín no duda. Al viernes siguiente, desembarca en la Plaza de Mayo con diez percheros de su local. Lleva las perchas y prendas de temporadas anteriores. Mientras los últimos oficinistas abandonan el centro, la plaza se convierte en una boutique.
Escena cuatro. 2016. El estallido.
Se escucharon tres golpes secos y un estallido final. Dos hombres de seguridad corrieron al despacho del ministro de la Producción, Francisco Cabrera. Era agosto. La escena era impensada: el traje del ministro salpicado con vidrios. Churba martillaba desencajado, con una tijera de costurero, un cuadro sobre el escritorio. “Tranquilos, no pasa nada”, les dijo Cabrera, mientras se sacabalas astillas del saco. Churba había llegado al despacho, el ministro lo había saludado cálidamente. Churba le anticipó que no se asustara, que le iba a hacer una performance para asegurarse de que se entendiera lo que venía a decir. Puso un almohadón y encima ese cuadro que hasta el día anterior colgaba en su oficina, de Recoleta. “Este sueño, que empezó hace 15 años, se terminó. Estoy a bordo de un transatlántico y me estoy por estrellar”, le dijo. “Formo gente, creo mis propios diseños sin copiar la moda de Europa, exporto al Primer Mundo, soy incubadora, pago sueldos justos, tengo proyectos sociales, pero me fundo”, bramó. El ministro lo miró a los ojos: “¿Estás desesperado, no?”. “Sí. Tengo setenta personas a cargo”, fue la respuesta. “Ok, te vamos a ayudar a que puedas sacar adelante tu proyecto”, le dijo. A través de la Agencia
de Transformación Productiva, le dieron un crédito que usó para poder desarmar su empresa. Pagar indemnizaciones sin ir a la quiebra. Desemprender.
Escena cinco. 2014. Importar cuero argentino de Italia. Churba cuelga el teléfono y no puede creerlo que le acaban de decir. Es una confirmación, después de reuniones con diversos funcionarios. El Estado le debe una fortuna en concepto de retenciones de exportaciones. Para el sector es una misión imposible conseguir telas en el exterior, por eso él decide apostar por los tejidos locales. Tiene una alianza con la Red Puna. Les compra a las tejedoras ancestrales, que trabajan con lana de llamay les paga tres veces lo que le piden. Usa cuero argentino, pero como no existe en el país uná maquinaria capaz de darle el tratamiento que requieren las confecciones, tiene que importar de Italia cuero argentino. Cuando se decide a comprar esa máquina para tratar el cuero, en la Secretaría de Comercio Exterior le explican que para importar ese equipo se tiene que asociar con algún argentino que exporte naranjas, para suplir el famoso cupo de importaciones-exportaciones. La vaca argentina que va y viene es la única opción, una gran metáfora de la economía durante los años del kirchnerismo.
Escena seis. 2005: El éxito y la mansión. Una mañana de verano, en 2005, Churba toma mate junto a su notebook de titanio en el triple centro de operaciones que es Tramando casa matriz. Allí funcionan el estudio de diseño, la fábrica y la tienda, que abrió sus puertas en agosto de 2003 y es una coordenada de peregrinaje local e internacional. “Todo empieza en una mesa”, explica Churba, que tiene 34 años. “En esta planta estamos los que bombeamos”, describe, y presenta al equipo, seleccionado en una convocatoria a la que se presentaron 400 diseñadores. “Mi tienda es como una verdulería. La gente encuentra cosas frescas semana a semana, productos recién cosidos”, dice.
Escena siete. 2004. Guardapolvos piqueteros. Fue apenas una acotación al margen de las crónicas de la fiesta de la moda. Churba se subió a la pasarela del Fashion Week 2004 con un guardapolvo blanco. Se publicó como un dato de color, como una campaña solidaria, porque nadie pensó que esa prenda se iba a imponer en su tienda, que dientas como Isabel Mentideguy se iban a comprar uno, que iba a conquistar mercados como Japón y Estados Unidos. O que para la fiesta del Bicentenario lo iban a convocar para diseñar los guardapolvos de los colegios que desfilaron. O que él mismo la iba a elegir de allí en más como icono de su creación. “Es la prenda más democrática -explicó-: la usa un médico, un operario, un estudiante, un docente, un científico o una persona de la limpieza. Y si se pone de moda, la usamos todos”.
Cuando lo vio subir a la pasarela con el guardapolvo, al dirigente piquetero Toty Flores, del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), se le llenaron los ojos de lágrimas. Los habían presentado unos meses atrás. Carlos March, director de Poder Ciudadano organizó el encuentro. La propuesta era buscarle juntos la vuelta para reactivar unas pocas máquinas que tenían los piqueteros, que ni producían ni lograban vender. Así nació la idea de la campaña “Pongamos el trabajo de moda”. Se eligió producir guardapolvos, que érala prenda más transversal.