Fuente: La Nación – Aval comenzó como una importadora de acolchados, puso una fábrica y ahora sumó la licencia para el mercado argentino de Cacharel.
Si hay algo que aprendió Uriel Sadrinas, un empresario que se presenta como tercera generación de “textileros”, es que en su rubro hay que tener siempre una capacidad de adaptación extrema y a prueba de los cimbronazos que vive la economía argentina. Su abuelo José comenzó con un pequeño taller de blanquería -toallas, sábanas- en el barrio de Once y 90 años después su papá y su tío siguen con el tradicional negocio familiar. Cuando en 2009 Uriel lanzó, junto con su socio Gabriel Homsani, su propia empresa, llamada Alav, comenzaron como una importadora de línea blanca, pero diez años después se reconvirtieron en fabricantes y ahora acaban de alzarse con la licencia para importar y fabricar la marca francesa Cacharel en el mercado local.
Hoy Alav factura $1500 millones mensuales y suma más de 120 empleados. En su planta ubicada en el parque industrial de General Pico -que demandó una inversión de US$3 millones- además produce 50.000 prendas mensuales de blanquería, incluyendo sabanas, acolchados, frazadas, manteles, cortinas, toallas, y el objetivo es llegar a fin de año con 150.000.
A continuación las claves del empresario argentino para adaptarse a un escenario tan cambiante como el de la industria textil.
1. Dejar de lado los prejuicios
A lo largo de una carrera como empresario que ya cumplió 15 años, Sadrinas asegura que aprendió a vencer cualquier tipo de preconceptos sobre cuál debe ser la estrategia comercial de la compañía y a moverse con un modelo de trabajo más flexible y un espíritu pragmático. “El cambio de Gobierno trajo nuevas políticas y oportunidades, y estamos preparados para adaptarnos y aprovecharlas en beneficio de nuestra empresa y de la economía”, explica el empresario que comenzó como importador, se transformó en fabricante y ahora tomó una licencia de una marca internacional.
Esta capacidad para cambiar y adaptarse también aplica a la hora de sumar clientes y proveedores, sin ningún tipo de preconceptos. “Con nuestra marca histórica, Love and Home, trabajamos con clientes mayoristas de todo el país, incluyendo los grandes polos textiles que son Once, Flores y La Salada”, explica el empresario. “En el caso puntual de La Salada, tenemos clientes de las colectividades boliviana, peruana y también argentinos, y la verdad es que nunca tuvimos un problema. Es un mundo muy intenso, pero los clientes son triple A”.
2. Buscar nichos
Ganar clientes en un mercado saturado como el textil no es fácil y Sadrinas explica que de entrada decidieron especializarse en el nicho poco explotado por la competencia.
“Cuando comenzamos con mi socio, decidimos focalizarnos en el nicho de los acolchados, donde la competencia de las fábricas de Tierra del Fuego es mucho menor. Además, apuntamos a un producto de mayor calidad que los productos desde China y en el que la competencia importada no es tan fuerte porque los fletes encarecen mucho el precio final”, explica el dueño de Alav.
3. Apoyarse en marcas globales
Con su marca Love and Home, Alav hoy pelea el liderazgo en el mercado de la blanquería con otros jugadores nacionales como Danubio, Palette y Alcoyana. Sin embargo, cuando surgió la oportunidad de sumar la licencia de Cacharel a su portafolio, en la empresa no lo dudaron.
“La marca Cacharel se había ido del país hace cinco años por todos los problemas que tenía la economía argentina. Y cuando nos contactaron porque estaban buscando un licenciatario exclusivo para la línea de blanquería, nos decidimos rápidamente porque la marca seguía estando muy vigente y nunca se había quemado. El consumidor local la tenía muy presente y de hecho en estos meses que comenzamos con la comercialización, la ventas nos explotó. Hoy el 40% de las ventas son productos de Cacharel y la idea es llegar al 60%”, explicó Sadrinas.
4. No tener todos los huevos en una misma canasta
La decisión de montar una planta de producción en La Pampa se tomó en plena pandemia, cuando era incierto el abastecimiento de productos importados. Una vez retomada el flujo del comercio exterior, Sadrinas explica que fabricar en el país les aporta algunas ventajas frente a la competencia.
“Siempre es positivo no depender del producto netamente importado. Al ser fabricantes tenemos una mayor libertad para definir cambios en colores y telas y controlar la calidad del producto, que pasa básicamente por la cantidad de guata que lleva el vellón del acolchado. Este factor del control de calidad, a su vez, fue clave para que Cacharel se decidiera a trabajar con nosotros. Los franceses querían un acolchado con la misma terminación que los que se venden en Europa y no el típico producto chino que lo lavás una vez y no queda nada”.