Fuente: La Nación ~ Hoy, el pasado, aquel mundo al que nunca podremos volver, se manifiesta en el ámbito de la moda mucho más que como una sombra ocasional; se ha convertido, de hecho, en una suerte de fantasma residente, siempre presente, bajo múltiples aspectos, espectro grato y hasta bienvenido cuando ante la mesa de diseño se descubre que ya no quedan por inventar modelos inéditos amigables hacia nuestros cuerpos. Todos los formatos han sido explorados y están todos en venta, por otra parte. No hay ya fue en la moda actual, todo es, todo sigue siendo, gracias a un permanente reciclado de estilos de todas las décadas de los últimos cien años.
Ese mismo período, el de la moda de nuestra modernidad, tuvo sus momentos de retorno. El más sorprendente, precedido por las audacias de los años 20 y las siluetas fluidas de los 30, fue anunciado en 1939 con la reaparición del talle avispa que había prevalecido hasta inicios del siglo por Balenciaga, con vestidos de Infanta en satén de seda, inspirados de Velázquez. Este retour en arrière acabó concretándose después de la guerra, cuando, en 1947, Christian Dior irrumpió con su New Look, evocación alusiva de la mujer encorsetada de la Belle Époque, que el modisto había admirado en su infancia.
En los 70 se redescubrieron el chic deportivo, el dandysmo sastreril y los vestidos florales de calle de los 30 y las siluetas de hombreras rígidas y tocadas con turbante de los años de guerra, tras los cuales no tardaron en asomarse los looks más discutibles de los años 50. Esos mismos años 70 en su faz callejera fueron resucitados, con sus reversiones del pasado incluidas, en los 90, cuando Prada había establecido su doctrina de la fealdad, bautizada ugly chic, que tenía mucho de lo primero y nada de lo otro.
Cuando ya todo lo previo había sido explotado hasta el hartazgo se comenzó a someter las molderías, hasta entonces fielmente copiadas a diversas intervenciones de cirugía costurera y collage textil, desconstruyéndolas, reensamblándolas entre sí sin otro orden que el dictado por pretensiones supuestamente artísticas, con resultados difíciles de ver y más arduo aun de llevar, que, sin embargo, fueron rápidamente adoptados por una clientela adinerada sin educación visual alguna pero convencida de estar in the know.
Nada fatiga más que un chiste malo, sobre todo cuando se lo prolonga en busca del aplauso. Esta rueda grotesca ha excedido su límite de duración. La crisis de la Covid-19 habría podido ser una coartada irreprochable para que las corporaciones de moda pulsaran el botón de pausa y repensaran su estrategia. No son unas histéricas revisiones estéticas lo que aportarán los cambios que la moda oficial necesita de urgencia, sino una verdadera transformación conceptual de sus modos de creación y producción junto a una disminución considerable de su codicia.
Quedó al descubierto la falta de creatividad que afecta a la moda corporativa, que no supo presentar las imágenes estimulantes o apaciguantes, divertidas o reflexivas, atractivas o provocativas que en nuestro enclaustramiento necesitábamos ver. Los videos que reemplazaron los desfiles internacionales se distinguieron, con escasas excepciones, por su chatura rebosante de pretensión. Las colecciones de verano estarán teniendo lugar cuando aparezca esta columna. Esperemos que algo realmente nuevo esté sucediendo, un presente real y activo.