Fuente: LM Neuquén – Desde su taller en Palermo, Luz Arpajou creó una marca donde convive la estepa patagónica con lo urbano; lo simple con la perfección. Hace un año, abrió su primer local en Neuquén.
Hace exactamente un año, Luz Arpajou cumplía 36 años y también uno de sus sueños, tener un local de su marca en Neuquén, el lugar donde se crió y donde cree con firmeza que es necesario sembrar. Hay dos cosas que conviven en ella con naturalidad: la disciplina y su amor por el diseño. Ambas la llevaron a nutrirse en cada espacio que le tocó transitar, pero también a tener la determinación suficiente para elegir qué tipo de marca crear, qué moda hacer, aunque eso a veces implique un camino sinuoso. Todo eso está a la vista no sólo en su local de Roca 71, sino en cada uno de los trabajos que emprende. Y fue eso mismo, lo que hoy la está haciendo vivir una experiencia inigualable como vestuarista de María Becerra.
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Luz es neuquina, se crió en zona de chacras, en una casa donde jamás faltaron el barro, los animales y los libros. Su papá fue un artista reconocido. Su mamá es arquitecta, una intelectual de su disciplina. Siempre empujó a Luz y a sus hermanos por el camino de la creatividad. “Desde pequeña estuvo plantada en mi vida la semilla del diseño. En casa había una máquina de coser que había comprado mamá en su ideal de hacernos ropa, pero entre que somos cuatro hermanos y ella siempre estaba trabajando, nunca lo usó. Cuando yo tenía 12 años, empecé a usarla: le pedí empezar a tomar clases con una modista del barrio”, cuenta Luz con nostalgia y la cara se le ilumina como si fuese una niña. Nunca le interesó mucho el mundo de la moda, lo fashinista, a ella le gustaba hacer su propia ropa. Y así lo hizo. Probó con un pantalón, un saco, una remera. En su afán de aprender, también se hizo cercana de las mamás de sus compañeras del CPEM 29 que sabían coser.
Omar Novoa
Cuando terminó la secundaria, para su mamá era muy difícil poder mandarla a la UBA donde originalmente quería ir, así que empezó a estudiar en la Escuela de Diseño en el Hábitat, que le permitió formarse en una etapa fundamental. Hasta que finalmente logró irse a Buenos Aires, pero por una cuestión de equivalencias, estudió Diseño de Indumentaria y Textil en la Universidad de Palermo, mientras trabajaba en locales de ropa y poco a poco empezaba a incursionar en el mundo de la moda. Cuando se recibió tuvo la posibilidad de trabajar con algunos diseñadores de marcas destacadas, pero muy pronto surgió la posibilidad de irse a Europa y no lo dudó.
Durante un tiempo, vivió en Pavia, una muy pequeña ciudad italiana cercana a Milán. Ahí trabajó en una Sastrería que tenía su atelier a la vista. Un lugar sencillo, con un pequeño perchero, donde llegaban hombres y mujeres a tomarse las medidas para que les hicieran piezas únicas. “Aprendí muchísimo de la sastre. No hay nada que hacer, la sastrería es de ellos, les pertenece: tienen un gusto, una estética. Siempre me llamó la atención la buena terminación, quizá no las cosas muy complejas, porque mis prendas si algo tiene es que son piezas simples, pero me interesa que estén bien hechas”.
En 2012, volvió a casa y comenzó a darle forma su proyecto. En ese momento, Neuquén quizá no tenía tanto movimiento como ahora en torno a la moda, sin embargo Luz quería generar cosas, hacer algo con todas sus experiencias. Empezó a armar una marca con una socia, hicieron de todo: eventos, fashion films, pero unos años más tarde se fueron a Buenos Aires. Alquilaron un lugar precioso en Palermo que era estudio, pero también tienda y taller, que sostuvieron juntas hasta 2019, en que cada una eligió empezar su propio camino.
Omar Novoa
Slow Fashion, moda responsable
Desde entonces, Luz comenzó a recorrer y a reconocerse en su propia marca, desde donde elige trabajar con materiales nobles, ser respetuosa de la cadena productiva, generar prendas atemporales, sin género, sin edad, sin cuerpos hegemónicos. Luz volcó a sus diseños su propia identidad, pero también la forma de entender la moda. “La moda puede ser un lugar terrible: está la industria de las armas, la de los medicamentos y ahí nomás viene la moda, es una industria cruel, donde en muchos lugares se esclaviza a la gente. Entonces me parece importante que podamos pensar en quién nos viste, cómo se confeccionó. Yo quiero ser cuidadosa y responsable con mi trabajo, con los vínculos y alianzas que genero. Me parece fundamental cuidar la cadena productiva, trabajar con gente real de manera justa, entender que sin el tallerista, modista, sastre, los diseñadores no somos nada”, afirma.
Además del slow fashion o moda lenta, como una forma de abordar la moda sostenible, Luz pone en sus creaciones su esencia, consiguiendo piezas versátiles, donde convive lo urbano con el paisaje patagónico, la brea con la jarilla, en una paleta donde predominan los ocres, grises, el azul, el verde seco, pero también el negro y sus matices de ciudad. “No creo que mi moda sea 100% patagónica, aunque tiene mucho de eso. Soy del cemento, creo que también la ciudad es importante para el diseño, para no perder actualidad. Para mi es fundamental ir puliendo mi marca, que pueda elegirla una piba de 18 años o una señora. No hago algo nuevo cada temporada, me gusta ir resinificando las piezas, probas con otros materiales, ponerles algo más. Soy una defensora de los procesos largos, creo que ahí es donde más nos nutrimos”, dice Luz.
Cómo vestir a María Becerra para el show de su vida
Pero la apuesta de Luz no se agota en su marca. Durante la pandemia, convirtió su espacio de diseño en un coworking para resistir un momento terrible. “Siendo colectivos somos mejores y nos ayudamos”, dice ella. Y con esa certeza se vinculó a la diseñadora Josefina Minond para trabajar con un proyecto de vestuario. A Luz siempre le gustó esa parte del diseño, por años vistió a Tonolec, el dúo electro folk de Charo Bogarín, que tan bien reflejaba la búsqueda de la diseñadora neuquina: raíz y máquinas, lo autóctono y lo nuevo. Esa simbiosis la llevó a generar vestuarios increíbles, viajar con ellos, conocer de cerca la industria de la música y lo poderosa que puede ser en asociación con el diseño.
“Desde que terminé la carrera, siempre mantuve el hacer proyectos de vestuario. Ahí puedo poner mi lado más conceptual. Después de la pandemia, cuando empezó a abrirse todo y el mundo del trap empezó a estallar, se puso muy de moda el rol de la estilista. La estilista convoca al diseñador para hacer el desarrolló del look, hay un ida y vuelta, un asesoramiento. Entonces le hicimos el vestuario a Thiago PZK cuando se presentó por primera vez en el Movistar Arena; le hicimos alguna cosita a Wos: unos pantalones a Nicki, algo a Emilia, es decir, nos fuimos metiendo en la escena, muy por abajo, sin hacer mucha publicación”, explica Luz.
Y entonces llegó la oportunidad de María Becerra. La vestuarista que trabaja hace tiempo con la cantante las conocía y junto a la estilista, las convocó para hacer el vestuario de los bailarines. Eso las llevó a conocer al director de arte, Julián Levy y al productor, Sharif. “Vinieron al atelier a retirar las prendas. Los gustó lo que hicimos, eran de buena calidad, con muy buenas terminación. Hicimos un vestuario más deportivo, porque los dancers se bailan todo, las prendas no tienen que romperse. Se fueron de gira con eso. Y al tiempo llamó Julián para que encaráramos dos cambios más para los bailarines y más adelante para que hiciéramos una propuesta para Mari que tenía una gira en España”, cuenta Luz.
Después llegó la posibilidad de conocerla, de proponerle otros vestuarios hasta que en diciembre, la producción las convocó primero para hacer la ropa de todo el staff –camperas, buzo, remeras- y unos días después para que hicieran más de 500 prendas para los shows de María Becerra en River, lo que no sólo implicaba un desafío increíble por la magnitud del trabajo, sino porque también era un momento inédito en la música argentina. Habían sido convocadas por una artista que iba a hacer historia y eso implicaba hacer siete piezas para María y el cambio de vestuario de los dancers durante todo el show.
“María podría elegir diseñadores de cualquier lado, pero ella elige la industria nacional. Es una reina, una mujer súper sencilla, humilde, que te ceba mate, que te habla de igual a igual. Está re en la tierra, es re buena onda, no podemos estar más agradecida de haber trabajador para ese proyecto”, dice Luz.
La apuesta implicó un mes y medio de trabajo intenso; noches enteras sin dormir; convocar a trabajar a más de cuarenta personas entre diseñadoras, estampadoras, artistas, talleristas, sastres, modistas, joyeras, zapateras: “muchas profesionales, eso es impresionante, poder contar con un equipo de gente excelente”. Las piezas fueron trabajadas con dedicación y esfuerzo. No era solamente un vestuario, pudieron poner ahí mucho de su creatividad, darse el lujo de probar con el 3d, crear piezas escultóricas en una suerte de guiño homenaje a la diseñadora Iris Van Harpen.
Omar Novoa
Durante el show, estuvieron con el staff de María para asistirla en cada cambio. Todo era nuevo y todo salió bien. River fue una escuela, de un camino que parece sólo estar empezando.
Volver siempre a Neuquén
“Poder tener acá el primer local de mi marca para mí es un orgullo total. Que mi comunidad me reciba con cariño, que vengan a comprar mis prendas, poder vincularme otra vez con mi gente. Neuquén está creciendo. Esto era un sueño para mí, pero lo proyecté y se dio. Me la re jugué, aunque sea un local sencillo, traté de que me represente. Yo no creo en esa lógica de que lo de afuera siempre es mejor, creo que acá está todo por hacer porque es una ciudad donde la gente está contenta de que sucedan cosas, está súper receptiva y eso siempre es una oportunidad”, dice Luz.
Omar Novoa
En la simpleza de sus piezas, en lo poderoso de su propuesta, también hay algo de río, barda, chacra y sol: hay un Neuquén que subyace, porque en todos los diseños de Luz hay algo de ella y su obsesión por los detalles; de sus formas de mirar el mundo; de una niña que amaba hacer ropa; de la mujer que apuesta al trabajo argentino; de una neuquina que siempre está volviendo.