Fuente: La Nación – Oriundo de Berazategui, Matías Cristino vive desde hace una década en “la ciudad de la luz” y habla de sus comienzos en el mundo del diseño y cómo logró encontrar su lugar en el extranjero.
Matías Cristino emigró sin querer. Luego de compartir con su familia su elección sexual y de crear una marca de moda, llegó a París sin hablar francés y se convirtió en el diseñador fetiche de Sacre Coeur.
“No me encuentro a mí mismo cuando más me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero”, dice el filósofo francés Michel De Montaigne y podría aplicarse a la historia de Matías. Él es el hijo menor de tres hermanos que fueron criados por su madre, su padre falleció cuando él era muy pequeño. Oriundo de Quilmes, vivió la gran parte de su infancia en Berazategui. Entre los recuerdos más preciados de su infancia están las tardes junto a sus amigos del barrio y la casita del árbol. Sin embargo, su adolescencia no fue tan alegre. En su interior, Matías sabía que no pertenecía allí. Intuía que no era el lugar para él.
“Siempre tuve gustos muy particulares, pero mi familia me aceptó así. Desde muy chico me gustaba la ropa. Mi mamá me cuenta que aún siendo pequeño, no quería que nadie eligiera mi ropa. Tenía un gusto definido, aún sin tener tantas herramientas como para llevarlo adelante. Mi familia era sencilla, de clase media a la que no le interesaban demasiado esas cosas”, cuenta.
Un momento bisagra en su vida fue cuando su hermana lo eligió para ser padrino de su primera sobrina. Tenía 18 años. Matías sintió que ese era el momento de compartir con su familia sus preferencias sexuales. “Creía que era importante que supiera exactamente a quien estaba eligiendo para su hija. A la par, saber quién era y que es lo que deseaba, me ayudó a cumplir un montón de metas en mi vida”, explica.
El buen gusto de la niñez, maduró con sofisticación. Reconoce que siempre se sintió atraído por “las cosas lindas”. El arte, el teatro, el vestuario, la arquitectura, los bellos objetos. “Creo que tener cosas lindas a mi lado me alimenta, me sanan, me ayuda, me hace sentir bien”, sostiene.
Matías primero quiso estudiar arquitectura, pero desistió al pensar que la carrera sería demasiado costosa. Por eso, se inclinó por la carrera de diseño de indumentaria. Allí una de sus profesoras vio su talento y le dijo que era “perfecto” para esa disciplina. “Fue un poco el azar. Aunque no llegué a ser arquitecto, me acerqué a algo parecido. Hago patronajes, que es algo cercano a hacer planos, pero del cuerpo. También aprendí a interpretar el deseo de la otra persona: qué le agrada y cómo desea verse”, cuenta.
En el 2010, Matías fue seleccionado para la segunda edición del reality Project Runway, un importante concurso televisivo de moda, viajó a Miami y se instaló allí por unos meses. “Fue el desafío perfecto para medir mis capacidades, mi tolerancia, mi facilidad para trabajar en equipo. Luego de esa especie de posgrado, me mudé a Recoleta, donde más tarde abrí mi primera tienda”, cuenta. En el concurso Matías obtuvo el segundo puesto.
“Las riendas de mi vida”
Antes abrir su propia tienda en Buenos Aires, Matías trabajó en las ferias de diseño de Palermo Soho, en Plaza Serrano hasta que dos socias que tenían una tienda lo descubrieron y lo contrataron para trabajar para ellas en la colección de su marca. Luego, otra marca también lo contrató para diseñar su colección.
Todo parecía marchar sobre ruedas, pero una tragedia familiar, el fallecimiento de su sobrina, lo impulsó a cambiar de rumbo. “Fue algo que me marcó a fuego. Un dolor muy fuerte que hizo que me replanteara muchas cosas y me impulsó a tomar las riendas de mi vida. Ahí sentí que quería dejar de trabajar para alguien y comenzar a hacerlo para mí”, explica.
Fue así que, apenas pasados sus 20, Matías abrió su primera tienda en Juncal y Azcuénaga, en Recoleta. Al comienzo era una multimarca de diseñadores. Luego, cuando obtuvo el segundo puesto en Proyect Runway, decidió reconvertir el local con su propio sello: Cristino by Matías Cristino. Llegó a tener cinco locales.
“Mi vida entonces se volvió un huracán. De repente me vi envuelto en un montón de cosas que no imaginaba. Yo era un diseñador, pero estaba pensando todo el día en cuestiones económicas: pagar sueldos, gestionar empleados, cancelar alquileres. Argentina entraba en crisis”, cuenta.
La situación del país no ayudaba. Desde que preparaba una colección hasta que salía a la venta los costos se multiplicaban y el valor de las prendas se encarecía demasiado. Para entonces, Matías se había casado y a su pareja le surgió la oportunidad de hacer un máster en Francia.
“Fue una decisión difícil. Para los dos implicaba dejar muchas cosas. Habíamos viajado varias veces a París y nos gustaba mucho, aunque nunca fue mi sueño instalarme allí. Pero decidimos arriesgarnos. A finales de 2014 vendí todo y nos mudamos a París para empezar de nuevo″, cuenta.
“Aprovecho el lado latino de mi personalidad ”
Matías llegó a “la ciudad de la luz” sin hablar francés. Al principio no fue fácil, pero gracias a la ayuda de una clienta que vivía en París, lentamente, logró adaptarse. “Empecé a coser en un pequeño departamento de dieciocho metros cuadrados en el barrio de Montmartre. Una clienta me recomendó a otra, cada una que venía hablaba un poquito de español o venían con alguien que traducía. Era muy gracioso. Empecé a tener mucho trabajo. Hasta tuvimos que mudarnos a un departamento más grande, con una habitación extra para que yo pudiera poner mi taller”, cuenta.
En el nuevo departamento su profesión explotó más, lo que lo llevó a abrir su primera pequeña tienda cerca de Moulin Rouge. Hace todo allí, donde ahora diseña y produce todo a medida. Cuando mira en perspectiva, Matías asegura que “es emocionante” adaptarse a una nueva cultura.
Para Matías París es una ciudad muy competitiva. Todo el mundo quiere ir a triunfar allí. “Pero es una ciudad hostil. Hasta el clima es distinto: es gris, lluvioso. También hay que prepararse a eso. No todo el mundo resiste, no es para la gente blanda”, dice.
Reconoce que su mayor desafío fue adaptarse al modo de vida y a la cultura comercial. “Las cosas aquí son por barrios, cada uno tiene su propio centrito. Lo bueno es que la gente te busca. Cuando a alguien le gusta lo que haces, te sigue a donde vayas. Son muy fieles para el consumo de algo que les gusta. Aunque el reto más grande fue aprender la lengua e instalar un negocio acá, que no es nada fácil. Los impuestos son altísimos. Cuando llegué de la Argentina con muchos años de experiencia creía que me las sabía todas y acá me di cuenta que no era así. Aquí se consume de un modo completamente diferente. En París volví a encontrarme como diseñador. Hoy puedo decir que mi personalidad está plasmada en el diseño”, agrega.
Ahora, cada vez que Matías viene de visita a la Argentina se siente un turista. Es en París, es hoy donde se siente cómodo, con la puerta de su tienda abierta todo el día sin llave. También le agrada contar con más tiempo libre y no trabajar seis días a la semana. Piensa que ser extranjero, le dio un plus extra: “Soy un poco exótico en el buen sentido, con mi acento, cuando hablo francés, hace que tenga cierta sensualidad. Yo no lo escucho, pero ellos me lo marcaron. Así que aprovecho el lado latino de mi personalidad que para ellos es algo llamativo. La Argentina fue una gran escuela, me ayudó a enfrentarlo todo sin miedo, a estar preparado para lo que venga”, concluye.