Fuente: Clarín – Jessica Pullo, coordinadora de la filial argentina de Fashion Revolution, revisita cómo fueron mutando los reclamos desde que el movimiento comenzó a expandirse hace diez años. Al mismo tiempo, la diseñadora de indumentaria graduada en la UBA, con amplio conocimiento de la escena de moda sostenible local y regional, reflexiona sobre las iniciativas y los avances a este lado del globo.
Fashion revolution. Afiche de la campaña mundial.
–Si bien la pregunta inicial fue “quién hizo mi ropa”, ¿qué puede decir en ese sentido?
–Fue un punto de partida importante para comenzar a hablar sobre las problemáticas ocultas de la industria de la moda. Sin embargo, con el tiempo, nos dimos cuenta de que era necesario ir más allá de esa pregunta; saber cómo se hace nuestra ropa y con qué materiales. Esto tiene un impacto significativo en el ambiente y en las personas que la producen y la visten. El algodón, por ejemplo, es una de las fibras textiles más utilizadas en el mundo, pero necesita una gran cantidad de agua y pesticidas. Y la producción de poliéster, otra fibra popular, requiere petróleo, un recurso no renovable. Es importante que la ciudadanía sea consciente de esto y que tome decisiones informadas sobre la ropa que compra. Podemos reparar, intercambiar o elegir prendas hechas con materiales sostenibles y de origen ético. También apoyar a marcas locales que trabajan para reducir su impacto ambiental y tener un impacto social positivo. Pero por sobre todas las cosas, debemos exigirles que sean transparentes en toda su cadena de suministro y nos garanticen que sus trabajadores, desde la fibra hasta la venta, tengan una vida digna.
–En el reverso del sobreconsumo está la sobreproducción, ¿es una alternativa la circulación de ropa o es una propuesta engañosa para seguir consumiendo?
–La circulación emerge como una alternativa al sobreconsumo y la sobreproducción en la moda. Al optar por prendas de segunda mano, se desincentiva la producción masiva. Esta práctica puede reducir la huella ambiental y social de la industria. Sin embargo, no es una solución única. Aunque evitamos la generación de nueva ropa, la demanda persiste, perpetuando la producción. La circulación debe integrarse a una estrategia más amplia que incluya la reducción del consumo de ropa nueva y la promoción de la reparación y la reutilización.
–Si lo mira en el ámbito local, ¿qué opinión tiene?
–A diferencia de otros lugares, aquí no es común desechar la ropa, sino más bien donarla o venderla de segunda mano. Esta dinámica contribuye a reducir el impacto negativo de la industria de la moda en términos ambientales y sociales. Sin embargo, la conciencia sobre los impactos de la circulación de ropa usada es clave. Al comprar vestimenta de segunda mano, es decisivo conocer su origen. En Argentina, la importación de prendas usadas del norte global, proveniente de Chile, ha aumentado, inundando mercados, ferias y tiendas. Lo que hay que saber es que, para evitar que se llene de plagas y que sea resistente al fuego, esta ropa está “sanitizada” con químicos. Se trata de sustancias nocivas, tales como pesticidas, disolventes y metales pesados, que pueden contaminar el agua y el aire, y afectar la salud. El transporte de ropa usada importada genera grandes emisiones de gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático. Se deben elegir tiendas locales y evitar importaciones masivas para respaldar la economía circular y reducir el impacto ambiental. Es esencial que esos lugares transparenten a la ciudadanía de dónde obtienen esas prendas para que sea considerada una real alternativa de moda positiva. Priorizar esas opciones es clave, ya que se apoya a la economía regional y se reduce la demanda de ropa importada.Una mujer participa en un taller de restauración de prendas textiles en la ciudad de Guadalajara, Jalisco (México). EFE/Francisco Guasco
–Respecto a lo anterior, ¿cuál es la principal problemática que causa la moda?
–La industria de la moda genera residuos, consume recursos naturales, y afecta a quienes la producen y a quienes la utilizan. Condiciones laborales precarias, bajos salarios y contribución al cambio climático son preocupaciones clave. Pero en estos últimos años, la atención en la carrera para que la temperatura del planeta no supere los 1,5 grados, se fijó en la descarbonización y eso también incluye a la moda que enfrenta una crisis crucial: su dependencia de los combustibles fósiles. Para 2030, el 75% de la ropa estará hecha de fibras derivadas de estos recursos, contribuyendo a la crisis climática. A pesar de esto, solo el 34% de las marcas importantes se han comprometido a descarbonizar sus cadenas de suministro. La falta de acciones concretas, como invertir en transición verde y apoyar a proveedores, plantea preguntas sobre su compromiso real. Si no se reducen las fibras sintéticas y no se aborda el financiamiento climático para una transición justa en toda la cadena de suministro, la moda continuará siendo una contribuyente significativa al cambio climático.