Fuente: Clarín ~ Pionera en el desarrollo académico del diseño de moda y ropa, la especialista interpreta los cambios que vive este mundo en el que usuarios y fabricantes adquieren nuevos roles y actitudes. El sábado 14 de septiembre, en Fundación Proa, se realiza el desfile de sus alumnos inspirados en la muestra Minimalismo.
En el ecosistema de la moda y el diseño local, en el trayecto que fue de las modistas de alta costura y el prêt-à-porter a la escena actual más sofisticada, tuvo un rol fundamental la creación de la carrera de Diseño de Indumentaria que se inauguró en la Universidad de Buenos Aires en 1989. Andrea Saltzman tuvo un rol central en este recorrido. Desde ese 89 fundacional, la arquitecta es profesora de la carrera y le imprimió una impronta donde la imaginación y el cuerpo adquirieron relevancia por sobre los conceptos, que proviene de su formación en la danza contemporánea y la plástica. Su concepto vital de la forma y su experiencia están retratados en La metáfora de la piel (Paidós), del que habla en esta versión condensada de una extensa conversación.
–La carrera de Diseño de Indumentaria en la UBA comenzó en un momento cultural creativo, ¿planteás que la escasez de herramientas habilitó otras posibilidades?
–Mi planteo tiene que ver con mi trabajo en la facultad y lo que eso me hizo aprender. Las cosas se naturalizan, pero cuando empezamos a enseñar no tenía la menor idea de lo que era un diseñador de indumentaria. Había creativos, modistos, con un conocimiento muy profundo del oficio. En una época, el diseño era Valentino, con su saber, esa precisión… Algo que hoy no podría existir, porque trabajamos en un diseño masivo donde nadie podría bancar esa obra de arte artesanal. Diseño de Indumentaria abre en el contexto de la carrera de Arquitectura, cuando otras carreras provienen de oficios o del arte. Fue un desafío, porque si bien la vuelta a la democracia produjo grandes cambios, para los arquitectos nosotros éramos corte y confección. Esta cosa ligada a lo femenino, a lo gay, no como algo bueno… Recuerdo que le pregunté a Gabriel Grippo por qué se había dedicado a la indumentaria cuando era arquitecto. “Porque la ropa es como la comida, es directa”, me dijo y subrayó: “Vos te vestís todos los días”. Nuestro modo de envolvernos, que nos da placer o incomodidad es tan próximo que estamos invadidos por eso. Y cuando construís diferente, la posibilidad de diseño cambia porque tenés distintos recursos, materiales.
–Y además de las aulas, compartían otros espacios creativos.
–Fue un momento de desarme. Muchos de los chicos que formaron parte del equipo docente provenían de movimientos de arte muy potentes, que buscaban volver al cuerpo para construir la identidad. Volver al cuerpo implicó a la Organización Negra hacer esos simulacros en el semáforo. Era un grupo de gente joven, también de la comunidad gay, todo lo que había sido marginado, con la necesidad de volver a expresarse. Y no impactaban solo a un grupo sino que era un respirar de nuevo, que haya otras formas. Y empezó a tomar mucha relevancia con el desfile, pero no era de las marcas.
–Decís que el desfile pasó “del té canasta a la calle”.
–Todo era en el espacio público. Para la primera Bienal de Arte Joven se había construido un puentecito desde el Centro Cultural Recoleta hasta la plaza de la calle Posadas, enfrente. Una pendiente con un escenario y un pasacalles. Están los videos, donde los nenes tocan la ropa, miran a una travesti. Era como un volver a descubrir que hay no solo uniforme y el miedo, sino poder jugar y participar con el cuerpo. Proveníamos de una época de mucha angustia, retracción y fue una sacudida. En la Facultad de Arquitectura, decíamos “vamos a bailar la línea, a cantar la línea”. Teníamos que inventar algo que no estaba. En ese momento, Sergio De Loof había abierto el bar Bolivia. “Con ese nombre nunca me podía ir mal”, me dijo. Bolivia, el bolita, era lo peor en una época de mucho prejuicio.
Replanteo de la satrería para lograr prendas más lúdicas, flexibles y relacionadas con los accesorios que fueron inspirados en los móviles de Alexander Calder. De las estudiantes Agustina Montti y Camila Blasioli.
–¿Hay una línea conductora con los 90 y los 2000?
–El trabajo final para los pibes en el primer año que dicté Diseño III –muchos de ellos después fueron diseñadores–, fue un videoclip. Eran los noventa y pocos. En esa promoción, Marcelo Ortega supuso un mundo bajo el agua, lo filmó todo en el Riachuelo, con unas cámaras enormes… Fue muy fuerte. Siempre invitaba a Sergio (de Loof), a Christian Delgado. Sin los artistas no podés diseñar. Es lo que te da la cultura, es lo que los chicos toman como referente…
–¿Cómo se vincula tu trabajo con el sistema de la moda más convencional?
-En mi libro anterior, El cuerpo diseñado, hablaba de tres elementos: cuerpo, textil y contexto. Primero, el cuerpo de la percepción; después lo textil y el libro se estructuraba en base a las relaciones. Y me costaba mucho incorporar los códigos y el lenguaje vestimentario, que no tenían una relación tan material sino que hablaban de una memoria cultural. Por ejemplo, como si dijera de Pablo Ramírez que trabaja con “la monja”, con un replanteo del modelo de “la maestra”. Son los códigos de un lenguaje de la vestimenta que ya conocemos, y hay un lugar para empujarlos y resignificarlos. Jean Paul Gaultier empuja el modelo también. Y después están los fuera de modelo, que podría ser Martín Churba que trabaja directamente desde el textil, o Issey Miyake, que ni siquiera tiene muy claro el código de prendas que implican otros sistemas constructivos, con toda la torpeza y el poderío de innovación que eso tiene. Son dos modelos geniales, no desmerezco. Pero en La metáfora de la piel me estoy refiriendo a esa mirada del borde, porque planteo también mi propia formación, que viene de la arquitectura, el diseño textil y de la danza.
–¿Qué gana tu trabajo al tomar esta perspectiva?
–Cambia lo que es el conocimiento. Porque si yo sé qué es el conocimiento, vengo a dártelo. En el campo de lo proyectual, al conocimiento lo planteamos juntos. Vos con tu historia, con tu disciplina y avanzamos en un proceso en el que tenés que tirarte a la pileta. Solo te doy herramientas para que descubras y percibas. No te enseño ni el corte ni la confección.
–¿Y a qué se refiere La metáfora de la piel?
–Por un lado, volver a validar el cuerpo como lugar de la experiencia. Pero lo interesante del concepto de piel es qué es el borde. Y es un borde entre una cosa y otra, que habla de lo vincular. Es poroso. Uno respira y excreta desde la piel, produce un montón de situaciones para la subsistencia que hablan de ese borde con conexión dentro-fuera: hace frío, hace calor, se abre, se cierra, te pega el sol, la lluvia. Reacciona. También a los afectos: los chicos que están en incubadoras, el abrazo que te salva de un ataque psicótico. Es como conectar.
Andrea Saltzman. DIseño de indumentaria. Ideas revista Ñ.
–Que implica un riesgo, porque se conecta desde las emociones…
–Es un riesgo, pero tenés que conectar… Sino por dónde pasa la vida. Implica un pensamiento poético, por eso es metáfora, porque es distinto a una clasificación que lo determina: la remera, la camisa, el pantalón… Todo tranquilo, lo clasificamos. Sos hombre, mujer, niño, viejo… Pero cuando salís de ese lugar, tocás y es infinita la sensación.
–¿Qué pasa cuando concebimos prendas en estos términos?
–Ni siquiera sé lo que vas a diseñar. Volviendo a la tarea docente, son tan abismales las transformaciones que vivimos que cómo se me va a ocurrir a mí lo mismo que un pibe que nació en la era digital. Necesito abrir a una metáfora que les permita este lugar de entendimiento. Tenemos que cambiar los imaginarios, porque este sistema y la fragmentación, y que el hombre es el ser superior… Tenemos que pensar que hasta la materialidad es interactiva. Tenemos que pensar en nuevos materiales, y si se diseñó desde lo que sobra, entonces hoy se tiene que diseñar con basura.
–¿Cómo se plantea el escenario ahora que se produce masivamente?
–La ropa no vale nada. Lo interesante de esto es: ¿qué diferencia hay entre ropa de ricos y de pobres? ¿Quién compra grandes marcas? Cualquier mujer súper millonaria se va a comprar en H&M igual, o en Uniqlo. Y la campera la conseguís en la Salada también. Hay toneladas de basura, como si estuviéramos devorando el mundo.
–¿Cómo surgieron los desfiles después de las exposiciones de Fundación Proa?
–Cuando en Proa se expuso Futurismo, en 2010, hicimos el primero. Enviaron a personas de Educación a dar clases teóricas, vimos la muestra. Fue fabuloso pero no hicimos formas de Futurismo, porque como me interesaba la piel, propusimos una acción que conectara el adentro del museo con la ciudad. Eran performances con música de un DJ. En 2014, Joseph Beuys fue genial, los modelos venían desde adentro del museo y bajaban de la pasarela para perderse por La Boca. Después lo hicimos con Malevich y con Yves Klein. El sábado 14, hacemos la muestra Minimalismo. En mi tesis doctoral, el desfile es un vínculo: lo entiendo como espacio de investigación.
Desfile Minimal
El sábado 14 de septiembre a las 16 hs, la explanada de Fundación Proa se convierte en pasarela. Los estudiantes de la cátedra Saltzman de la Carrera de Diseño de Indumentaria de la Universidad de Buenos Aires presentan los diseños realizados a partir de una investigación sobre la obra de los artistas de nuestra exhibición de arte minimalista y conceptual.
Actividad sin costo ni inscripción previa. Se suspende por lluvia.
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