Fuente: La Nación ~ Se hizo conocida por la calidad de sus prendas, la atención personalizada, los clientes famosos y un boca en boca que los recomendaba.
La vidriera del local de la calle Florida 876 luce elegante. Hay sacos de colores clásicos (beige, azul oscuro y negro), camisas, corbatas y moños, un par de pantalones de gabardina, cinturones, chombas y paraguas, entre otras prendas de vestir. Un pequeño cartel anticipa que llegaron las esperadas rebajas de verano. De fondo, suena el teléfono y Héctor López Moreno, de 77 años, responde la llamada amablemente. “Glenmore, buenas tardes”, dice mientras oye atentamente la solicitud del cliente. “Por supuesto, lo espero mañana por la tarde”, afirma desde la histórica tienda de ropa para caballeros fundada en 1947. Allí han vestido desde a Jorge Luis Borges, Juan Domingo Perón, Carlos Saúl Menem hasta a Raúl Lavie.
Aquellos trajeados años 50
Ingresar a Glenmore es un viaje sin escalas a la década del 50. Si uno cierra los ojos, por un instante, puede imaginarse las postales de la calle Florida con los transeúntes vestidos de traje, camisa (bordada con las iniciales de su nombre), corbata y sombrero. “En una época se vendían por día entre 250 y 300 sombreros. Era impresionante”, comenta Héctor y comienza a hilvanar la historia de su familia. Cuenta que su padre Abelino y su tío Daniel, inmigrantes españoles (de Sarria, en la localidad de Lugo), fueron quienes crearon este tradicional negocio porteño.
“Tenían apenas 25 años. Previamente mi tío había sido gerente de la casa Warrington en Córdoba y mi padre se encargaba de la contabilidad en Genovesi, un negocio de hombres. En ese momento, un amigo les sugirió poner juntos un local de vestimenta para caballeros. Al tiempo, con unos ahorros y un crédito que solicitaron abrieron las puertas del comercio, fue un 27 de octubre de 1947 en la calle Corrientes y Florida. Todos los empleados eran jóvenes, no pasaban los 20 años”, rememora. Lo bautizaron “Glenmore”, ya que se inspiraron en un conjunto de valles de Escocia.
Abelino, al que los clientes llamaban cariñosamente Raúl (ya que les parecía difícil recordar su nombre), se encargaba de la contabilidad y las finanzas, mientras que Daniel, quien era súper carismático y gran vendedor, atendía a los clientes. Don Oscar Gentile, el histórico Gerente General de la casa los acompañó desde sus 19 años hasta jubilarse y sabía a la perfección los gustos de cada habitué.
“Perón paró el coche y compró un par de prendas”
“Durante los primeros años casi todas las prendas eran importadas de Inglaterra. También teníamos el taller de confección: comprábamos las telas y luego nuestros artesanos las cosían a medida”, relata sobre el llamado sector de camisería con las icónicas mesas de corte. En la parte de sombrerería se encontraban las antiguas hormas de madera con tamaños para cada cabeza. Es que cada modelo se realizaba a medida. “Salían muchísimo. Había clientes que traían el sombrero a la mañana para planchar, lo dejaban y se llevaban uno nuevo para trabajar. Era un clásico tener varios”, describe y recuerda que en noviembre de 1947 los visitó Juan Domingo Perón. “Papá me contó que el ex presidente paró el coche y compró un par de prendas. También vinieron varios de sus ministros”, dice.
Luego trasladaron el histórico local a la calle Florida 664 hasta mudarse -a principios de los 60- a su ubicación actual. “En ese momento salían mucho las camisas clásicas de color blancas y celestes. También los pantalones de gabardina y las corbatas regimentales inglesas. Era impresionante la cantidad de clientela que venían. El Día del Padre y las fechas previas a la Navidad el local estaba repleto”, cuenta.
Por la calidad de sus prendas y la esmerada atención comenzaron a crecer a lo largo y ancho del país. Así fue como abrieron tiendas en Mar del Plata, Mendoza y también en el barrio de Belgrano (sobre la calle Sucre). En 1987 apostaron al mercado internacional e inauguraron en Madrid, España. “Allí estuvimos más de 20 años, fue una linda experiencia”, asegura. En una época vestían a los clientes “de pies a cabeza”. Asimismo, se podían encontrar abrigos y tapados femeninos importados.
Practicar la sonrisa frente al espejo
A Don Héctor todos en el barrio lo conocen. Siempre luce elegante: con selectos sacos, camisas y corbatas. “Prácticamente me crie en el negocio. Cuando inauguraron el local de Mendoza tenía 7 años y me acuerdo que acompañé a mi papá. Me divertía mientras armaban las vidrieras y hasta me he quedado en más de una oportunidad dormido en los probadores. En el local de la calle Corrientes, que era alargado, cuando cerraban la persiana jugaba en el salón con una pelota de trapo que me había hecho el fabricante con las telas de las camisas”, rememora. Todos los sábados su padre lo llevaba al local y le enseñaba algunos secretos del oficio.
“Arranqué haciendo algunas entregas de pedidos en colectivo. Luego, estudié ciencias económicas y me interioricé cada vez más en el negocio. A los 20, empecé a sugerir para incorporar algunas prendas y lo acompañé al exterior para seleccionar nuevas marcas para representar en el país”, dice. En ese momento tuvieron exclusividad de varias firmas de indumentaria inglesas, francesas, italianas, españolas, entre muchas más. Su padre fue quien le inculcó la importancia de tratar al cliente de “usted” y también el valor del respeto.
De su tío siempre recuerda un consejo: “Él me decía: “Héctor cuando te levantes a la mañana practicá la sonrisa diez minutos frente al espejo ya que cuando entrás al negocio hay que estar siempre sonriente y dejar los problemas afuera. También me decía que era importante acompañar a los clientes hasta la puerta y agradecerles por la compra. Ellos tenían una trayectoria detrás del mostrador impresionante”, admite.
Ropa interior y pijamas: los más pedidos en pandemia
A lo largo de su historia, la firma ha superado varias crisis desde la del 2001 hasta la inesperada Pandemia. “Una de las más graves fue la de la década del 70 cuando la calle Florida se transformó en Peatonal: las obras demoran y costó sostenernos. Después en la época del Corralito cayeron las ventas, pero luego se repuntó con las visitas de turistas. La llegada del Coronavirus fue terrible para la zona porque el 70% de nuestros clientes son turistas (extranjeros y del interior) y el 30% restante oficinistas. Estuvimos cerrados desde marzo hasta agosto. Recién ahora se ve un poco más de movimiento en el centro”, confiesa.
Jorge, quien arrancó a trabajar en la tienda en el 2008, cuenta que durante la pandemia los artículos más solicitados fueron la ropa interior y los pijamas (cortos y largos). “Al estar la gente en la casa fue la prenda que más usaron”, admite. En los históricos mostradores de madera con cajoneras hay modelos de todos los colores: rayados, cuadriculados, lisos, entre otros. Actualmente, piden los clásicos: camisas, chombas, sacos y pantalones de vestir y bermudas. El blazer de color beige es uno de los hits. “También piden mucho los pantalones sport y jeans”, agrega.
Clientes que son amigos
A Glenmore se acercan clientes de toda la vida en busca de sus diseños tradicionales. El rango de edad es variado, pero generalmente los habitués son a partir de los 40 años. Con la mayoría tienen un lazo de amistad. “Es lindo cuando vienen y te cuentan sus historias. Muchas veces llegan de casualidad y recuerdan cuando sus padres o abuelos los traían de paseo al negocio”, dice. Otros, se acercan con sus moños o corbatas que utilizaron en su boda. “Duran una eternidad los accesorios”, admite López Moreno, entre risas. Han vestido de etiqueta al escritor Jorge Luis Borges, ex presidentes, entre ellos, a Raúl Alfonsín y Carlos Menem y varios ministros. Y del ambiente artístico y el tango a Osvaldo Fresedo, Raúl Lavie, Néstor Fabian, entre muchos más.
Sobre la chimenea con mármol tallado se encuentra un retrato de Don Abelino. “Nos los pintó un proveedor de toda la vida en homenaje a papá. Luce de smoking porque la fotografía era una de sus 50 años de casado. Él estuvo firme en el negocio hasta su último día: tenía 80 años y Glenmore era su vida”, expresa orgulloso. Para Héctor, también es significativo. “Amo este local y todo lo que me dio: familia, amigos y gratificaciones. Quiero mucho a la calle Florida”, concluye y, con la misma vitalidad con la que pateaba la pelota (hecha con telas de camisa) cuando era tan solo un niño, atiende al señor que se acercó a pedirle una corbata lisa.