Fuente: La Nación ~ “El 18 de marzo de 2020 fue muy triste. Apagamos las máquinas que solo se desconectan una vez por año para limpiarlas, y esta vez no sabíamos cuándo volveríamos a encenderlas”. Beatriz Volosin habla de tristeza, y aclara que elige una palabra que no está en la terminología financiera ni económica. Pero es lo que sintió cuando, a un día de que se anunciara la cuarentena para impedir el avance del coronavirus, cerró las puertas de su fábrica, Medias Mora, donde hacen más que medias.
Esa Pyme nació como un pequeño taller, en 1978, cuando con su marido se aventuraron con el corte y confección: compraron un par de máquinas para fabricar jogging frizados para niños. “En los 90, con la invasión de productos chinos a precios a los que no llegábamos, aún insistíamos con la industria nacional”. Luego de analizar el mercado, Beatriz concluyó que el nicho de la media de dama no estaba cubierto, y con otro socio, decidió reconvertirse. Una vez más. Así surgió Medias Mora. Y siguió con la lencería y una línea de homewear –una adelantada, porque comenzó a fabricarla hace 15 años, luego de observar los hábitos de conocidos que vivían en EE.UU. y trabajan en sus casas–. Aunque sus vendedores insistían en llamarlos pijamas.
¿Cómo estaban antes de la pandemia? Con dificultades. “Veníamos peleándola, reinventándonos, buscando nichos. No estábamos en una situación complicada, pero no nos sobraba para mejorar, reinvertir o crecer”. Hasta que se cerró la puerta. El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había declarado el brote del nuevo coronavirus como una pandemia. Nueve días después, el gobierno decretó el Aislamiento Social Preventivo y Obligatoria mientras los casos y muertes por Covid-19 aumentaban en todo el mundo.
“La pandemia fue global, pero algunos países estaban más preparados para sobrellevarla. La Argentina no estaba preparada en nada. Fue como chocar con un iceberg –describe la situación de la industria textil Fabián Xavier Castillo, presidente de la Federación de Comercio de Buenos Aires (Fecoba) y secretario de relaciones institucionales de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME)–. Las pymes estaban golpeadas, con créditos con altas tasas de interés del 70%, con presión impositiva y fiscal: la mayoría tenía deudas y vino la moratoria cuando las fábricas y negocios estaban cerrados. ¿Cómo hacían para meterse en una moratoria sin producir?”.
2020 será un año para el olvido, coinciden en un sector que ya venía castigado. Y parte de sus protagonistas así lo expresaron en una encuesta que la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI) realizó entre sus empresas asociadas en enero, para conocer su situación y el impacto generado por la pandemia. ¿El resultado? Desalentador. El 68% de las firmas registró una facturación negativa en 2020 respecto de 2019 (la mitad, con caídas mayores al 25%). Los precios de las prendas de vestir aumentaron un promedio del 45% entre diciembre de 2019 y diciembre de 2020. Y mientras los precios de la indumentaria crecen, el poder adquisitivo del consumidor es cada vez menor.
La mitad de las empresas en enero operaba por encima del 50% de su capacidad, mientras que un cuarto lo hacía por arriba del 75%. El cuarto restante, menos de la mitad. Aunque la pandemia parecía una gran oportunidad para fomentar las ventas online, el e-commerce, aunque creció en 2020, tuvo una incidencia en el total de las ventas que no supera el 15%. En casi dos tercios no llegó al 10%.
Los problemas que profundizan su crisis los desaniman frente a una posible reactivación: la poca disponibilidad de materias primas, la presión tributaria, la escasa demanda, el incremento de los costos laborales, la falta de talleres y de avíos textiles (que son los materiales que se suman a las prendas, como etiquetas, flecos, hebillas, hombreras), entre otros. En indumentaria, lencería y accesorios, las ventas escalaron 24,4% anual en junio (siempre a precios constantes), pero resultaron 24,6% menores a junio de 2019, según el Índice de Ventas Minoristas Pymes de CAME, que agrega que para el primer semestre del año acumularon un progreso anual de 36,7% frente a los mismos meses de 2020, y una caída de 20,0% frente al primer semestre de 2019.
En cuanto a la producción, describe la CAME, “la recuperación es lenta porque es una industria muy orientada al mercado interno y dependiente del poder adquisitivo, que no logra recuperarse. La menor frecuencia de reuniones sociales y laborales también frenan al sector, al igual que la proliferación de pequeños talleres informales”. En indumentaria y textil la producción creció 78,1% anual en mayo, pero bajó 12% comparado con mayo 2019 (el 2019 fue, además, un mal año para esa actividad).
La pandemia y la cuarentena, los dos fenómenos impactaron en el negocio de la indumentaria. Lo explica Guillermo Oliveto, fundador y CEO de Consultora W: “Inicialmente, en el marco del lock down, de estar en casa, de algún modo la gente perdió la libido con la compra de ropa. Al no haber sociabilización, las prioridades eran otras. Al principio, asegurándose el abastecimiento de alimentos, pensando que no habría, lo que no terminó ocurriendo. Y, desde mayo y junio, poniendo la libido y el dinero en el hogar bunker. El sector que se vio beneficiado fue el de la indumentaria para vestir la casa. Además, uno de los iconos en la venta de ropa, los shoppings center, estuvieron cerrados por meses. Muchas marcas sufrieron, y en el medio hubo una fuerte devaluación”.
El cierre de fábricas de Asia durante dos o tres meses, al comienzo de la cuarentena, fundamentalmente en China, hizo que faltara materia prima al inicio y eso retrasara toda la cadena de valor. “Lo que expresa el mundo textil es que la suba de los precios en la ropa, que el Indec define que hoy, interanual, es del orden de 70%, cuando la inflación interanual hoy es de 48%. La ropa está por encima de lo que fue la suba promedio de los precios, entre otras cosas por la falta de oferta de materia prima en una parte de año. Como esto se hace con anticipación termina impactando un año después”, agrega el especialista en consumo, sociedad, marcas y comunicación.
La caída de las ventas de indumentaria en 2020 fue del 35% medida en unidades, según CAME, y en los shoppings center, según el Indec, la contracción interanual fue del 63%, “ambas caídas brutales, muy por encima de otros sectores –dice Oliveto–. Se dio una tormenta perfecta, falta de libido, falta de oferta, precios más altos, pérdida de poder adquisitivo de los consumidores, con la ropa volviéndose más cara. Todo junto debilita la posición de la indumentaria en la Argentina que termina siendo de uno de los sectores más golpeados por la pandemia. A un sector que venía mal le cayó la bomba atómica”.
Entonces, ¿tiene futuro la moda en la Argentina? El especialista es optimista. “Cuando empezó a abrirse, la gente volvió a comprar. Para la indumentaria es clave volver a la vida, la revancha de la vida. Los perjudicados en la prepandemia serán los beneficiados en la pospandemia. Hay una oportunidad interesante para la indumentaria argentina cuando salgamos de acá. Habrá una revalorización del diseño local. Los que lleguen”.
Además de falta de materias primas provenientes de Asia, también escasean las locales, como el cuero. “En la Argentina hay muy poco cuero, entonces como la oferta es menor que la demanda, el precio sube. El cuero se está exportando, pero sin valor agregado. En el mundo, los commodities son para elaborar en los procesos internos y se les agrega mano de obra por la dignidad del hombre, que es el trabajo. Tenemos que buscar políticas de estado productivas, incentivar que haya mayor oferta de materias primas para generar mayor industria y a su vez que el comercio tenga esos productos al menor precio posible”, agrega Castillo que, aclara, además de ser presidente de Fecoba es, sobre todo, zapatero, con tercera generación en la Argentina y con ancestros italianos.
Si analizamos el precio final de una prenda de vestir, ¿qué porcentaje es de impuestos? Un 25,5%, más el 15% de los bancos y el 14,8, de alquileres. Es decir, el 55% del precio corresponde a actores fuera de la cadena de valor textil, según un informe realizado por CIAI. El 45% restante, al costo de fabricación (20%), comercialización y distribución (15,1), diseño y marketing (4,7) y rentabilidad empresarial (4,8).
¿Nueva comodidad?
El consumidor cambió de hábitos y de habito. El home office y la cuarentena impusieron un estilo más funcional, adaptado a otras rutinas. Y las marcas y diseñadores intentan seguir el ritmo de una nueva forma de vestir más cómoda. Trajes, camisas, vestidos de fiestas y stilettos fueron reemplazados por joggings, prendas confortables y a géneros de punto y algodones. La moda comfy. ¿Perdurará este estilo?
A nivel global hay una tendencia a la sensatez y a la austeridad, indican en el Laboratorio de Tendencias Almatrends. “Todo el mundo atravesó una crisis económica muy compleja, el PBI mundial cayó 3.5 %, la peor caída en 20 años. Y el dolor que generó la tragedia de la pandemia ha cambiado la mirada sobre prácticamente todo. Inicialmente hubo una movida a la ropa más confortable pero es muy del hábitat viral, un entorno que durará mientras dure el virus. No creemos en la nueva comodidad como concepto, porque tenía dos problemas, de normal esto no tiene nada y nueva daba a entender que las cosas cambiarían para siempre”, dice Sil Almada, directora Almatrends. Plantea un retorno desde la revancha de la vida, a una indumentaria con luz, sensualidad, vida y hasta un poco de color. Porque, producto de la sensatez, de la austeridad y del registro que queda de dolor, se dará lugar a una moda más atemporal, donde se prefiera comprar algo que quizás cueste más pero que dure mucho más también.
En el caso de Giesso, una etiqueta afianzada en la camisería y sastrería, pero con una amplia propuesta de vestir, “el mercado cambió mucho y va a seguir cambiando. Definitivamente, el traje fue el producto más afectado. Ya volverán los casamientos, las fiestas y el trabajo presencial. Y nunca faltan los hombres que, como yo, sienten un placer enorme al ponerse un buen traje, una linda camisa y una atrapante corbata. Distinción en su más alto estado”, Mariano Rodríguez Giesso, presidente de la compañía.
La marca nació en 1884, cuando el sombrerero genovés Bonifacio Giesso instaló su primera tienda en Buenos Aires. En ese entonces ofrecía gorras, camisería, bastones, ajuares para novios y hasta paraguas y valijería. Hoy su universo es muy amplio, con colecciones urbanas para hombre y mujer. ¿Cómo atravesaron la pandemia? “Desde el punto de vista financiero y económico muy ordenados, después de que, como a gran parte del país, se nos cortaran hace algo más de un año y por un tiempo prolongado una enorme parte de nuestros ingresos. Teníamos que enfrentar obligaciones de todo tipo sin los ingresos con los que suponíamos contábamos. Veníamos de un 2019 flojo a nivel nacional en el consumo y, por tanto, planificando cambios profundos desde el producto, los canales de ventas y la política comercial, para abarcar más mercado y desde otro ángulo. La pandemia nos retrasó, pero nos ayudó a convencernos de la importancia de realizar dichos cambios. Estamos muy entusiasmados con eso, pero, por supuesto, esperando que la economía mejore, una condición necesaria imprescindible”, agrega Rodríguez Giesso.
Algunos productos y diseños de la etiqueta fabricados para el invierno 2020 pasaron enteros para el 2021. Pero en el verano, reinó la cautela. “Esta próxima colección es 100% nueva, exceptuando por supuesto a diseños continuativos”, anticipa.
Cuando en mayo último, por la crisis sanitaria el gobierno decretó nuevamente el confinamiento total, las restricciones a la movilidad volvieron a contraer las compras de indumentaria, que ya venían golpeadas por la disminución del poder adquisitivo de la población, indica el Semáforo de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria de junio. Y “a pesar de la caída de los contagios durante los primeros meses del año, las ventas de ropas no lograron recuperar los niveles previos a la pandemia debido a la caída del poder de compra de los salarios y de las jubilaciones durante el último año”.
El Semáforo de CIAI compara datos de 2019 y 2021, porque la cuarentena estricta de fines de marzo, abril y mayo de 2020 distorsionarían la comparación. En marzo de 2021 las ventas de indumentaria y calzado en los shoppings de todo el país cayeron un 34,9%, respecto del mismo mes de 2019. La reducción del consumo de prendas ocasionó una baja de la producción nacional de ropa de 10,8% entre abril de 2019 y abril de 2021.
No aumentaron las ventas ni la producción, pero sí los locales vacíos. Claro que no solo del sector textil. En diciembre de 2020, CAME anunciaba que había un promedio de 9 locales comerciales vacíos por cuadra en todo el país. Estimaba que durante 2020 habían cerrado 90.700 locales, 41.200 pymes y que fueron afectados 185.300 trabajadores. Los rubros con más cierres fueron indumentaria, calzados y decoración y textiles para el hogar.
Según el último relevamiento de Fecoba, entre marzo de 2020 y abril de 2021 la cantidad de locales vacíos en las galerías comerciales relevadas de micro y macrocentro crecieron de 447 a 608, lo cual representa un 36% de incremento en la vacancia.
Más números de la baja: en el bimestre mayo-junio de 2021, la cantidad de locales inactivos (en alquiler, en venta o sin actividad) mostró un incremento de 86,2% en la Ciudad de Buenos Aires, publicó la Cámara Argentina de Comercio y Servicio (CAC). Encabezan la baja la avenida Córdoba –donde históricamente se concentran outlets de indumentaria– y la peatonal Florida, una zona perjudicada por la falta de afluencia turística y por las oficinas inactivas.
Un mundo aparte fueron los shopping centers: los porteños estuvieron siete meses sin abrir durante 2020 (la reapertura fue a mediados de octubre), y cuando lo hicieron el 25% de sus locales estaban cerrados. Ante el avance de los casos por Covid-19, a mediados de abril último el Poder Ejecutivo anunció, entre otras medidas de restricciones, que los shoppings volvieran a cerrar. Reabrieron sus puertas dos meses después, luego de fuertes reclamos de los comerciantes y hasta manifestaciones en el del Abasto.
“Fue una catástrofe tanto para nosotros como para las marcas, los locatarios. La verdad es que hicimos un enorme esfuerzo para mantenernos todos juntos. Dejamos de cobrar los alquileres a los locatarios, sí les cobramos las expensas porque no tuvimos ningún tipo de beneficio de nada. Seguimos pagando los impuestos, la limpieza, la seguridad”, dice Sergio Dattilo, gerente corporativo de Relaciones Institucionales de Irsa, que entre su portfolio cuenta con Dot Baires, Alto Palermo, Abasto Shopping, Alcorta Shopping, Patio Bullrich, Alto Avellaneda, Soleil Premium Outlet, la concesión de Distrito Arcos, y más centros comerciales en Santa Fe, Córdoba, Salta, Neuquén y Mendoza.
Llegaron a tener entre el 20 y 25 % de los locales con cierre definitivo, entre sus 14 shoppings de todo el país, que suman 1500 locales. “La idea era capear el tsunami todos juntos. Hubo gente lamentablemente que no lo logró y obviamente el sector más afectado fue el de la indumentaria. Hubo marcas muy tradicionales que se fueron de los shoppings y ya no van a volver, y fueron reemplazadas por otras”, agrega Dattilo. Ahora, la vacancia es del 7%. Los centros comerciales más afectados fueron Alto Avellaneda y Abasto Shopping porque, además del tema socioeconómico, sus clientes suelen llegar en medios de transporte público.
¿Qué se viene? El one stop shopping, “donde podés hacer de todo, hay cosas que son inimaginables a nivel entretenimiento y gastronomía –anticipa Dattilo–. La pandemia y la crisis aceleraron un poco un proceso que más tarde o más temprano iba a darse, la reconversión del shopping. Sin hacer futurismo, el ser humano es una especie gregaria, necesita estar con otra gente. Lo mismo pasa con el shopping, se convirtió en parte de la cultura de la gente, en la experiencia de vida”.
En Levi’s Argentina notaron que los clientes optaban por comprar en locales de cercanía o en multimarcas, en tanto que caían las ventas en algunos shoppings, como Galerías Pacífico o en zonas influenciadas por las oficinas, como la peatonal Florida. ¿Cómo estaba la firma en marzo de 2020? “Muy bien, cumpliendo perfectamente los planes, con unidades iguales o un poco por encima de 2019. Si bien en ese momento había una pequeña recesión, no nos estaba afectando. La marca estaba muy bien”, describe Matías Galmarini, director de marca de Levi’s Argentina. “Luego vino la hecatombe. Con los locales cerrados en Amba por ocho meses y una caída muy fuerte de ventas, que casi llegó al 40% anual”.
Aunque el e-commerce creció (en 2019 participaba de un 2% de la facturación total de las unidades, y en 2020 llegó al 11%), no era suficiente para reemplazar la falta de ventas. “Fue un año difícil pero no terminamos tan complicados y los números acompañaron. Hicimos ajustes con las compras y las replanificaciones nos permitieron mantenernos a flote. Los proveedores de confección y, sobre todo, los tejidos hicieron que re empezar fuera mucho más lento. Hoy estamos sufriendo las faltas de entregas, justo cuando la demanda es un poco mejor. Además de que los proveedores también estuvieron cerrados, sufrieron algunos focos de Covid, porque nadie está a ajeno a eso”.
Levi’s, creador del jean hace más de 150 en Estados Unidos, en la Argentina importa aproximadamente el 35% en términos de unidades y su mayor volumen se fabrica localmente con una guía y proveedores elegidos para hacer los productos iguales a los de afuera, con parámetros de calidad y de cuidado de medio ambiente. “Como marca y estrategia, todo lo que podamos producir localmente para nosotros es mejor”.
Redescubrir para reconventirse
En la Alta Costura argentina, las sedas y géneros importados son la esencia de los trajes de novia y vestidos de fiestas. Un segmento que, desde marzo 2020, cayó abruptamente por la suspensión de los encuentros sociales y festejos. “La industria textil tradicionalmente trae géneros importados, pero desde esta pandemia llegué a Manos andinas: el tesoro nacional son los camélidos, porque son las fibras más finas del mundo. Nosotros vendemos esa fibra afuera sin valor agregado”. Ese valor recuperó Francisco Ayala con su última colección: tapados, capas y ponchos con fibra de llama, que presentó en Argentina Fashion Week.
Recuperar el trabajo artesanal y redescubrir los oficios es para Ayala la forma de revitalizar la escena. Lo dice como diseñador y también como presidente de la Cámara Argentina de la Moda. “Al desaparecer las fiestas, surge un concepto del nuevo lujo que no tiene brillos, sí texturas naturales, y tiene que ver con la trazabilidad entendida como seguir el proceso: en cada tejido explico de dónde viene el género, quién lo hizo. Dentro del nuevo lujo entra el tiempo en la ecuación porque son cosas hechas para que duren mucho y también llevan tiempo de producción. Son fibras ancestrales”, dice.
En cuanto a los oficios, la producción de moda requiere muchos: bordadores, tejedores, costureros, talabarteros, especialistas en sombreros y zapatería, y más. “Acá muchos estudian diseño, se reciban 5000 diseñadores por año, sin que la industria pueda absorberlos y no hay quien sepa coser”, dice Ayala. Desde Fecoba, donde la Cámara participa, están impulsando la creación de una Escuela de Oficios.
“Con la pandemia se cortó la cadena de comercialización, de pago, de producción. Todo. Faltan políticas de Estado que nos apoyen, necesitamos subsidios, y una menor carga impositiva –agrega–. Por nuestra parte, tenemos que deconstruirnos. Los peruanos tienen el Alpaca Fashion Award en París, y nosotros podemos ofrecer algo que es argentino, con todo su proceso de valor”.
Cuando analiza el e-commerce, considera que logrará un mejor impulso cuando se termine el estudio antropométrico nacional, a cargo de Inti, para conocer las medidas corporales de la población nacional, según lo estipular el Sistema Único Normalizado de Talles de Indumentaria.
Para la diseñadora de zapatos María Luz Príncipe, creadora de Luz Príncipe, el ecommerce fue una oportunidad, justamente porque su local está ubicado en la zona céntrica. “Quienes trabajamos con creatividad nos adaptamos, y tenés que actuar rápido también para manejar el negocio, según la necesidad que hay ahora. Te arremangás y seguís trabajando. Si podés producir durante tantos años en la Argentina tenés un master para diseñar en cualquier parte del mundo. Yo al principio achiqué las cantidades y amplié el público en las redes sociales”, cuenta.
También se adaptaron los modelos: antes, de los 30 por temporada, la mitad eran de tacos altos. Al cambiar la demanda, pasaron a bajar los tacos y sumar la media suelina antideslizante pero sin resignar en diseño. “Nunca dejamos de cranear diseño, los bordados, el juego y la ilusión de verte algo hermoso pero funcional”, dice María Luz, que comenzó a diseñar zapatos en 1999.
La moda cambia, es cierto. O cambiaba. Solo alcanza con ver la vidriera del mundo para descubrir que los consumidores miran los componentes de las prendas y buscan piezas perdurables y de buena fibra (aunque suene aspiracional desde la perspectiva de una industria saliendo de un estado crítico). Se sabe que las alianzas de marcas y diseñadores potencian. Y que la tendencia… ya no lo es.