Fuente: La Nación ~ Hasta el último suspiro, hilvanó su propia leyenda. Ella misma admitía sobre los datos de su biografía, que falseaba una y otra vez: «Mi vida no me gustaba, así que creé mi propia vida». Cuenta Edmonde Charles-Roux en Descubriendo a Coco que Gabrielle Chanel tenía 80 años cuando la herida de un presidente asesinado dejó una mancha de sangre en la falda rosa que había salido de sus talleres parisinos. «Sí, Jackie Kennedy llevaba un traje Chanel en Dallas». Fue lo único que dijo al respecto. A su edad «emocionarse significaba una pérdida de fuerzas: en el mundo abundan las desgracias y ella debía resistir». Resistió hasta los 88 años para seguir vistiendo primeras damas, reinas, estrellas y ser el aspiracional que copiaron en figurines mujeres de todo el mundo. Murió un domingo, el único día en que no trabajaba, como si hubiera buscado evitar la vulgaridad de un colapso teatral entre los espejos de su tienda de la Rue Cambon. Había regresado de un paseo y se tiró a descansar vestida sobre su cama del Ritz. Llamó a su asistente cuando sintió que se ahogaba, pero ya no tenía fuerzas. «Así es como se muere uno», le dijo.
De aquel domingo 10 de enero de 1971 se cumplirán mañana 50 años, pero el legado de Coco Chanel sigue vigente más allá de la moda. El tweed, el vestidito negro, la cartera con cadena, los pantalones femeninos y la camiseta marinera, democratizados en la era del fast-fashion, prueban cada día en los guardarropas de las mujeres más diversas una de las frases más célebres de su creadora: «La moda pasa, el estilo permanece». Es que lo verdaderamente icónico de la diseñadora fue adelantarse a su tiempo al pensar la indumentaria como una forma de liberación: logró, por primera vez, que el estilo no fuera incompatible con la comodidad. Y lo impuso. Si a principios del siglo XX su marca fue el sportswear, después de la guerra plantó una alternativa al New Look de Dior, con una línea andrógina y minimalista.
Coco le decía a las mujeres de su época que podían vestirse como cualquier varón, trabajar como cualquier varón, ser dueñas de sus vidas como cualquier varón. Y tener amantes, y vivir en hoteles, y no depender de nadie. Lo garantizaba con su propia historia. La de un feminismo self-made que quizá ahora nos resulte lejano e individualista, pero es también el que nos construyó: el de miles de chicas como ella que forjaron entonces el camino de su independencia sin más armas que una máquina de coser. Había que ser revolucionaria para presentarse en la Ópera con un corte a la garçonne, pero ella también lo convirtió en tendencia: «Una mujer que se corta el pelo está a punto de cambiar su vida».
Hay pocos personajes que hayan dejado tantas máximas. Mordaz y a menudo brutal en sus juicios, Chanel seguramente sería cancelada hoy por muchas de sus frases más célebres (y por algunas de sus relaciones, como la que mantuvo con un alemán durante la ocupación). La delgadez extrema que fue parte de su look, se inmortalizó en una cita que hoy nadie se atrevería a pronunciar en público: «Nunca se es demasiado rica, ni demasiado flaca». Tenía un sentido en su tiempo: perder las curvas era liberarse del corset, de la presión y la formalidad de lo femenino; era también una consecuencia natural del hambre de la guerra que ella era capaz de vender como sofisticación. Uno de sus aportes más subversivos fue el zapato de taco bajo. Fue en plenos años cincuenta, cuando los tacos aguja parecían un requisito indispensable de la feminidad.
Pero quizá lo que sigue siendo transgresor de la leyenda que creó sobre sí misma alguien que jamás dejó de derribar barreras, fue esa consciencia constante del valor de decir las cosas: «El acto más valiente es pensar por una misma. En voz alta».