Fuente: Clarín – “En estos momentos yo me encuentro aquí, y les quiero mandar este audio a todas las personas que no me conocen aún”, pronuncia en wichí Claudia Alarcón. Su voz tiene una cadencia pareja, habla despacio en su lengua materna, como en un tiempo que nos parece ajeno.
Nacida en 1989 en la comunidad salteña donde reside, Claudia Alarcón trabaja el chaguar con imágenes contemporáneas y complejos ensamblajes geométricos. Sorprendió en el último arteBA, en la galería salteña Remota, en el barrio joven de la feria, con un tejido que se vendió en 3000 dólares. 2023 fue su año de eclosión: participó de una importante muestra en Nueva York y pasó a una galería londinense. Alarcón, sin embargo, sigue enraizada en el monte salteño.
Tuvimos un primer contacto hace algunos meses, en Tilcara, y luego hace pocos días intercambiamos audios, también a través de un traductor en su idioma, Demóstenes Toribio, porque es en wichí que ella siente que se expresa de manera óptima. Se presentará esta tarde en un seminario en el museo Malba, junto a otras artistas de piezas textiles norteñas.Gran paño de Chaguar: Alarcón y una de las integrantes del grupo Silat.
¿Qué sabemos nosotros de una mujer que conoce el sonido del Monte, su lenguaje y el de todos sus seres? Que ella nació y vive allí, que la imaginación de su pueblo engendra imágenes con sus manos, que no son solamente sus manos, sino las de todas las personas wichí, con figuras y mensajes de sus ancestros que se proyectan al futuro. Lo ancestral hacia el futuro, como ella suele decir.
Esta artista de la comunidad wichí de La Puntana, en Santa Victoria Este, Salta, participará de la 60° Bienal de Venecia 2024 invitada por su curador, el paulista Adriano Pedrosa, para la selección oficial. Comienza el 20 de abril y Alarcón está de lleno en la previa. La mata de chaguar o caraguatá, de donde se obtienen las fibras.
Junto con ella, también participará Silät, el grupo de mujeres y compañeras a quienes coordina. Este año, el tema de la Bienal Internacional de Arte de Venecia son los migrantes –Extranjeros en todas partes–, pero no solamente aquellos que cambian de territorio físico, sino también los que se mueven en diferentes culturas, que van y vienen, o viven entre los límites y contradicciones de esos universos multiculturales.
Chaguar, arte en clave del Monte
La fibra de chaguar –o caraguatá, una mata de la familia de las bromeliáceas extendida en del Gran Chaco–supone toda una labor previa: las artesanas separan las fibras, que son de distintos grosores, y luego las tuercen sobre las piernas usando ceniza hasta obtener un hilo de textura fuerte.El trabajo con la fibra de chaguar para darle firmeza.
Las mujeres del Monte bajaron del cielo en hilos de chaguar; es decir, desde antes de vivir en la tierra, ellas tejían. Tal es el mito de esta comunidad. “El tejido es nuestra vida”, dice también Claudia Alarcón. Nosotras siempre hemos tejido. Es lo que proviene de nuestros abuelos, abuelas, de mi madre y todas esas personas que han recorrido este camino, el que ahora nos toca andar”, dice a Clarín Cultura a su paso por la ciudad jujeña la semana pasada.El tejido ancestral que hoy dialoga con otras culturas y códigos de representación artística.
“Si las cosas forman un mundo, es porque ellas se mezclan sin perder su identidad”, escribe el filósofo italiano Emanuele Coccia en La vida de las plantas. El chaguar refleja esta metafísica de la mixtura.
En la vecindad del río Pilcomayo, las mujeres wichí construyen las imágenes de su mundo, los patrones que tejen y toda su geometría son abstracciones de los seres que viven en el Monte –los ojos del jaguar, las patas del zorro, las orejas de la mulita, el lomo del surí, la panza de la iguana, las semillas del chañar–; esta tela representa el territorio de todos sus habitantes, no solamente los humanos.
En la experiencia intercultural, también hay mezcla, lo propio de cada mundo se entremezcla; estos objetos e imágenes hechos en chaguar saltan entre categorías, a las que se oponen y dislocan desde diversas maneras de vivir y comprender la existencia. Difieren de las experiencias urbanas, occidentales y hegemónicas.
“Siempre digo que estos tejidos tienen que poder entrar y salir de esas categorías preestablecidas”, explica la investigadora y curadora Andrei Fernández, que acompaña a las mujeres wichí desde los comienzos de este trabajo y forma parte del grupo Silät. Arte, artesanía, valor, patrimonio, artista, individuo, creación, obra, imagen, son estos algunos de los conceptos externos que se imponen buscando dar sentido a estos objetos y sus artistas.Tejedoras de la comunidad de Victoria Este, en Salta.
“Hay una tensión siempre con esto del trabajo colectivo y la propiedad comunitaria, le llamo autoría fluida”, explica la investigadora. ¿A quién le pertenecen las imágenes? “Me parece posible que nos pertenezcan transitoriamente, que sean nuestras cuando propiciamos que existan, pero ¿podemos pensar que son solo nuestras? No estamos solos en nuestros cuerpos; nuestra memoria no es solo construida por las experiencias propias”, agrega.
Silät, el mensaje y la artista
En wichí, la palabra Silät significa anuncio o mensaje. Es el anuncio ancestral encarnado en los tejidos de esta artista, que no es puro individuo, sino también muchas voces y pueblo. “Desde los doce años empecé a hacer el hilo, aprendiendo algo para lo que no se requiere saber escribir, sino que se trata de utilizar la sabiduría del tejido que sabemos hacer las mujeres wichí”, explica Alarcón sobre su práctica.
“Observando a mis hermanas que conforman hoy el grupo Silät, ellas realmente son el mensaje. Es el mensaje para todo el mundo entero, que se entere el mundo de nosotras, las de este lugar y de nuestro trabajo. Nosotras, que mantenemos nuestra lengua y nuestro tejido, las columnas que nos sostienen”, agrega.
Para acabar con la exigencia de pureza
Las corrientes historiográficas clásicas argentinas suelen narrar a los pueblos indígenas en tiempo pasado. Dentro de una educación formal extendida, muy probablemente la percepción que tengamos sobre ellos sea la de una realidad extinguida. Al menos, no como los verdaderos y originales individuos «puros», sin la mezcla –otra forma de interculturalidad– que trae naturalmente el vivir en el mundo contemporáneo. Sin embargo, la exigencia de pureza original tal vez no sea más que otra forma de imposición colonial, de exigir inmutabilidad y salvaguarda a personas que son vitales y llevan vidas fluidas entre distintas culturas.
La artista wichí habla de una sabiduría alojada en el pensamiento, que atraviesa generaciones y sabe de su valor y belleza. “Lo que tengo para contarles es que hemos puesto a nuestro grupo el nombre Silät, anuncio, para que se sepa que vivimos aquí, aún existimos los wichí. Y en este grupo hacemos obras de arte”, afirma Claudia.
En Materia vibrante. Una ecología política de las cosas, la filósofa Jane Bennett se refiere a la idea de convocar a las personas a imaginar para las cosas otros roles, aparte del de portadoras de la necesidad. La materia tiene una vitalidad intrínseca, y estos tejidos y paños en chaguar, grandes como banderas, pero también las yicas –esas bolsas, quizá lo más conocido, del tejido típico wichí– cuentan las historias del pueblo, expresan una ontología más generosa en el reconocimiento de otros seres, llevan un mensaje de resistencia. “Las formas culturales son en sí mismas poderosos ensamblajes materiales dotados de una fuerza de resistencia”, escribe Bennett.
Transformar la realidad con el arte no es un cliché
Pronto Silät se convertirá en una cooperativa. Los tejidos serán, también, una herramienta para mejorar las condiciones de vida del pueblo wichí.
“Se está refaccionando una casa para que sea un centro cultural y espacio de encuentro. Está la propuesta de generar materiales para los docentes en territorio wichí, y que tengan una educación realmente intercultural. También está el proyecto de poner un punto de venta de alimentos saludables en el Monte. Todo esto que se está logrando con los tejidos tiene que traducirse en una mejor calidad de vida”, sostiene Andrei Fernández.
“Es una tarea inmensa porque necesitamos muchas cosas para que cambie. En primer lugar, que tengan garantía de acceso al agua potable, que hoy no tienen. Que se mejoren los caminos y se respete su cultura, que la educación y salud sean interculturales. Siempre se está trabajando y peleando por la defensa del territorio”, añade la curadora.
Hace énfasis, además, en su preocupación porque la historia del arte dominante siga atravesada de colonialismo y racismo. Porque en ella, por ejemplo, no caben las indígenas wichí, dado que el arte les pertenece a las ciudades y, como contrapartida, se excluyen otras experiencias de mundo.
La invitación a la sección principal de la Biennale veneciana, que arranca a mediados de abril, es claramente un paso que fractura esos relatos habilitando otras posibilidades del arte.
Estas grandes banderas, los colores del Monte y sus figuras, el aroma de las fibras estarán en Venecia desde el 20 de abril de este año. Serán objeto y mensaje, el Silät, de la presencia de todo un pueblo. “Cuando me pongo a tejer, recuerdo que estoy siendo indígena, siendo lo que soy. Esto es lo que tengo para compartir”, concluye Alarcón en su idioma.
MALBA/ Jornada de arte textil. Desde las 11 hs. A las 16 Claudia Alarcón participa junto a Lucrecia Lionti y Celina Eceiza. Moderan: Guillermina Baiguera y Verónica Rossi