Fuente: La Nación ~ Primero eludió las certezas de la religión futbolera y tras jugar en Nueva Chicago y Flandria, a los 29 años, abandonó definitivamente las canchas. También trabajó como peluquero, vendió mercadería en un semáforo y probó con la publicidad, hasta que entró como empleado a una marca masiva, que además de funcionar como una escuela intensiva, representó la apertura al mundo de la indumentaria. Ese fue el puntapié para la génesis de Roberto Sánchez, el proyecto artístico de moda que comenzó con un local vintage en la Galería 5ta Avenida y se transformó en una propuesta de vestimenta atípica con la que, otra vez, Andrés Baglivo se salió de las convenciones y apostó a producir ropa sin circunscribirse al statu quo de la escena fashion: no se ajustó al sistema de colecciones, como tampoco al calendario por temporada o al requisito de instalar un local. Su estilo urbano deportivo, con buenas dosis de ironía, fue elegido por los Illya Kuryaki and the Valderramas y los internacionales Molotov, Katy Perry y Maluma, entre otros artistas. Esta semana debutó en la edición por los 20 años de BafWeek vistiendo al Duki y con el show donde presentó la colección “Kisses from Rober”, una respuesta de amor y agradecimiento hacia aquellos que lo acompañan.
–Cuando empezaste, ¿cuál era tu yeite para vender ropa?
–Credibilidad y sensibilidad. Cuando brindás un asesoramiento y ven que es genuino te cansás de hacer clientes. Es lo que me pasa hoy con mi marca, por eso no tengo una tienda online. Es poco humilde lo que voy a decir, pero la gente quiere conmigo. Hago todo: la ropa, el seguimiento de producción, la entrega, el estilismo, pero para pegar un estirón más tuve que meterme en la cabeza que había que armar un equipo. Aún así, los clientes quieren mi energía.
–Más que una vestimenta, ¿es un estilo de vida?
–Exactamente, acá, en Argentina, armé una crew. La etiqueta en la prenda dice “Gracias por elegirnos, ya sos parte del club”. La gente va por la calle con un Roberto Sánchez, se mira a los ojos y sabe que eso se lo vendí yo. Se fue dando y es como una locura para mí.
–¿No te resulta tentador darle un crecimiento más potente?
–No me voy a ampliar acá, porque Argentina es un país que no lo permite. Lo podría hacer y, por toda mi trayectoria, me podría ir súper bien. El chiste comercial lo tengo así, como un chasquido de dedos. Aprendí todo, pero elijo este sistema más hippie porque quiero y no porque no lo pueda hacer. Una cosa es un proyecto económico y otra, es uno de arte. Si hago más estructura, voy a tener más costos fijos, voy a estar obligado a vender sí o sí, cuando eso pasa el arte se empieza a marchitar. ¿Por qué? Porque entrás en una picadora de carne y la creación comienza a morir. No estoy dispuesto a eso. El plan lo tengo re claro. No me voy a expandir acá, de hecho va a ser cada más difícil conseguir una prenda mía, por dos razones: primero va a ser más cara porque no voy a bajar la calidad, y segundo, porque si mañana pongo una tienda online y cualquiera puede comprar, en cuatro meses mi marca no vale más nada.
–¿Sos selectivo con los clientes?
–Sí, y no tiene que ver con si son lindos, feos, pobres o ricos sino con lo que vibro, cómo se expresa conmigo, el valor que le da una creación mía. Quizás de una remera hago solo cincuenta, es como un hijo, quiero saber a qué casa va. Al que no entiende el juego o la esencia, a ese no le vendo.
–Roberto Sánchez alude a Sandro, ídolo popular, y tu marca es para pocos. ¿No te parece contradictorio?
–Es re loco, y por supuesto que Roberto me influenció, de hecho el tío de mi mejor amigo era su iluminador. Pero la verdad es que el nombre no es por Sandro, sino porque me encantó a nivel sonoro. Lo que sí me influenció de él, es que fue un transgresor. Eso es lo que me volvió loco, me tatuó. Me siento un transgresor como él: por qué tengo que tener tarjeta de crédito, por qué hacer invierno o verano, por qué tengo que tener un local, si me siento cómodo así, por qué me tengo que subir a lo que dice la industria. Y el nombre también es bizarro, como mi proyecto.
–Y en todos los barrios hay “Robertos Sánchez”
–Eso fue lo que me pasó. Siempre supe que le iba a poner ese nombre, tenía que ver más con el golpe en la cabeza que con Sandro. Pero estéticamente tal vez no soy tan Sandro. Soy más de los 80 y 90.
–Hay un buzo que hiciste que tiene la estampa de un león tomado de la medusa de Versace, ¿sos fan de esa época?
–Sí, y hay gente que no entendió el chiste. A mi me gusta reversionar cosas. Por ejemplo, mi línea “Air Sánchez” obviamente que es por el logo de Air France. La ironía es una parte mía, no hay que quedarse con eso. Tengo otras líneas, otros mundos que no tienen que ver con nada existente. Lo que se vio en BafWeek, salió netamente de mi y sin ninguna sátira hacia ninguna marca.
–Con la pandemia muchas marcas comenzaron a hacer líneas más acotadas, no diferencian por género, etc. ¿Fuiste un transgresor ahí también?
–Sí, empecé de ese modo porque no tenía los medios. Por eso no hice ropa a medida, ni colecciones, ni una web y tampoco trabajé con una agencia de modelos. Todo fue por necesidad. Y hoy las marcas están trabajando como lo vengo haciendo hace un montón: al elegir una piba más gordita o un pibe bizco. Si hay algo que soy es un creador de armonía estética. Dios me dio ese don de crear belleza. Puedo hacer una campera, una mesita ratona o armar un hotel. A futuro me gustaría tener una línea de diseño.
–Y la verborragia, ¿surgió con la moda o en fútbol también lo eras?
–Con la moda no fui siempre así, quizás cinco años atrás no hubiese hablado con tanta seguridad y convicción. Ahora le dije que si al BafWeek, porque siento que tengo cosas para decirle a la moda en Argentina. Fue mi debut y mi primer desfile. Elegí diez modelos porque es lo que nunca hago, y me pasó que muchos me escribieron porque querían desfilar con mi ropa. Los pibes se quieren expresar y se sienten bien con lo que hago porque tiene contenido, y soy real. Yo vivo de las redes sociales, nunca lo hubiese pensado. Aprendí a sacarle el jugo de una manera espectacular, pero aún sigo valorando el mano a mano. Mi generación sigue entendiendo el peso de la realidad, de lo nutritivo que es lo no virtual. Agradezco haber encontrado el equilibrio entre la virtualidad y la realidad.